sábado, enero 05, 2008

Si uno pudiera ser piel roja, siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas, porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas, porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.
Franz Kafka


Estas palabras se oyen al final de El deseo de ser piel roja (Alfonso Ungría, 2001), con la voz de un Pepe Sancho inmenso. Ungría utiliza como premisa este texto de Kafka para construir una película, en muchos aspectos fascinante, que trata de reflejar el ansía de libertad del hombre y su pesar por los paraísos perdidos. Es un argumento valiente de un film, que, por lo visto, tuvo problemas para estrenarse el año de su producción, al coincidir con los terribles atentados del 11 de septiembre. El terrorismo, sin lectura política, con intenciones simbólicas (pero no por ello menos delicado el asunto), está presente en una película en la que recupera a un personaje (interpretado, en esta ocasión, por un buen actor, muy popular en la actualidad por cierta serie televisiva, como es Miguel Hermoso) que ya había visitado, en su versión adolescente, en África (1996), un personaje errático, recluido en la ciudad de Tánger, que se encuentra con un misterioso hombre interpretado por un grandioso Pepe Sancho, que parece una versión madura de sí mismo; la pareja de este último, interpretada por la siempre eficaz Marta Belaustegui, completa un trío de personajes marginales, perdedores si se quiere, pero que continúan soñando pese a todo. El deseo de dinamitar el progreso, que parece haber acabado con los bellos momentos, se descubre finalmente como una falacia (al menos desde el punto de vista moral: "no se trata de lo que es bueno o es malo", dirá el personaje de Sancho, en atención a los espectadores moralistas), una visión de un gigante que no es más que un molino de viento (bueno, o su equivalente en esta ocasión), lo cual no elimina motivación a la osadía del acto. Muy bellos momentos tiene la película, destacaré esa vuelta momentánea al hogar del hijo pródigo, de una tristeza que hiela el corazón, y donde brilla con luz propia la actriz Alicia Hermida. Alguna secuencia que parece arbitraria no empaña demasiado la belleza de una película mal distribuida en su momento, creo que no muy reconocida, dirigida por un cineasta al que etiquetan como "maldito", y que tal vez no es un film redondo, pero tiene la fuerza y los valores suficientes para brillar en la triste industria de este país (y eso con cuatro euros, donde hay talento que se quite lo demás).

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio