jueves, febrero 21, 2008

Clandestinos, de Antonio Hens, es algo incalificable. El caso es que la película, de puro mala y delirante, acaba resultando casi simpática. Yo he de reconocer que solté la carcajada en varias ocasiones, en secuencias tan vergonzantes como atrevidas. El propio título , que parece remitirnos a cine social del serio y duro, tipo Fernando León o Javier Corcuera, resulta toda un declaración de intenciones por parte de los protagonistas, aprendices de terroristas, y de los guionistas, con intenciones, digo yo, paródicas y satíricas. Incluso el cartel del film parece hecho para despistar. No sé, vista la película, no creo que haya nadie que pueda tomársela en serio, pero tal vez haya demasiado juego previo al despiste.

La historia de tres chavales, un moro, un sudaca y un vasco aprendiz de gudari, que se escapan de un centro de menores de Ciudad Real y acaban en Madrid tratando de volar la megabandera rojigualda de la plaza de Colón, con un sorpresa final para el protagonista -que, además, es gay y lo mismo se lía con un maduro etarra que con un mando de la guardia civil, je, je- tan disparatada, a nivel sicológico, como el resto del guión. Si el propósito es ser grotesco, irreverente, escandalizar, desmitificar temas "serios" -que escuecen a más de un cretino-, todo ello sin, espero, ninguna pretensión y con escasa base, creo que la película se merece al menos un aprobado.
Algunos diálogos, precisamente los que parecen más serios en esta especie de melodrama esperpéntico, son penosos en su escritura y en su interpretación, pero frases como "no teníamos bastante con los lating kings y los ultras, para que nos venga ahora la kale borroka" -en boca de Antonio Dechent-, "el fanatismo encuentra cualquier fisura" -en la de Galiardo, todo serio y con afán didáctico en su rol de "poli bueno"- o "son un vasco y un moro... ¡todo encaja!" -cuando un personaje, quizá demasiado lector de la prensa amarilla, descubre a los "terroristas"- hace que se mantenga a flote el esperpento.
A diferencia del cine de Eloy de la Iglesia -con quien se ha comparado a Antonio Hens-, no tiene la película demasiadas intenciones sociales ni pedagógicas. El centro para menores reincidentes, el empuje a la delincuencia en jovenes inmigrantes, el retrato policial -quizá Dechent sí encajaba en cualquier film del director de Navajeros-, todo queda diluido en el desvarío argumentístico. Quizá donde la cosa resulta más creible -y más temible, en su simpleza y en su barbarie- es en el retrato de las auténticos terroristas: "soy la mano de todo un pueblo", le suelta el veterano etarra al protagonista, cuando éste le reprocha sus actos asesinos.

Un viejo proyecto del fallecido Eloy de la Iglesia, llamado Galopa y corta el viento, trataba del amor entre un etarra y un guardia civil. Antonio Hens trabajó en el guión de Los novios búlgaros, la última película de de la Iglesia, pero parece que ha desmentido que Clandestinos tenga algo que ver con aquel guión que nunca se pudo llevar a la pantalla.
Hens dirigió hace años En malas compañías, un estupendo corto, protagonizado por algunos de los actores de Clandestinos, y obtuvo un producto tan redondo, que ha afirmado en alguna ocasión que su éxito le ha acompañado como una losa en este tiempo previo a dirigir su primer largometraje.

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