lunes, marzo 10, 2008

Ahora que estamos saturados de democracia electiva, y que me perdonen los familiares del último asesinado por esa banda de miserables fanáticos descerebrados -la abstención electiva no es terreno de los totalitarios, la imposición del poder y el crimen no pueden pedir la insumisión-, me viene a la memoria otra gran película del que es probablemente el director joven que más me interesa hoy en día. El realizador es Alexander Payne y la película, que se estrenó en su momento en las salas españolas sin pena ni gloria, Election -no confundir con un pestiño chino sobre las triadas, de un tipo muy valorado, para mí de forma inexplicable-.
Desgraciadamente, algunas comedias norteamericanas pueden ser confundidas, por los espectadores despistados, con productos banales, planos o dirigidos a adolescentes lobotomizados -je, je, este target lo escuché hace tiempo de no se quién y me parece tan ajustado a cierta realidad que lo empleo contantemente-. La presencia en el reparto de Election de Mathew Broderick -que aquí está muy divertido- y de una actriz muchas veces insufrible como Reese Witherspoon -que también está muy bien en este film, en un pesonaje a su medida- no ayudaba mucho a poner las cosas en su sitio. El humanista Payne -aunque algunos le consideran misántropo en su acidez, yo me permito calificarle así- ha dirigido estupendas comedias sobre la vejez y la entrada en la madurez del ser humano, A propósito de Schmidt y Entre copas, respectivamente, con incisivos análisis de las relaciones humanas. En Election, también está presente esto último, de manera tan emotiva como patética, con la excusa de una satira impagable sobre la democracia estadounidense situada a escala en un instituto de enseñanza secundaria. Payne, de manera sutil, no se pone límites en el tratamiento de cualquier tema auténticamente importante para la vida humana: la condición sexual, las relaciones entre adultos y adolescentes -de una manera tan sincera y clara, que resulta encomiable, más en una comedia que podría dar lugar al exceso-, la pluralidad -no tiene precio la explicación que intenta dar el profesor a un descerebrado candidato sobre la capacidad de elegir distinto-, el derecho a la diferencia, los estereotipos, la farsa familiar, la fidelidad en la pareja -impagable, impagable también la aventura extramatrimonial del pobre personaje de Broderick-... y, por supuesto, la satira electoral extremadamente inteligente y divertida. Cuando una chica se presenta a las elecciones por un despecho sentimental y promete lo que promete en su discurso de presentación o en el retrato feroz que realiza de una perfecta candidata, por supuesto trepa y sin escrúpulos, a ser alguien en la política nacional, comprobamos que Payne es, ya digo, un entrañable humanista tal vez disfrazado de gamberro nihilista.

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