sábado, marzo 01, 2008

No se ha estrenado hasta ahora en nuestro país excesivo cine rumano y llega ahora a nuestras pantallas la ganadora de la Palma de Oro 2007 en el festival de Cannnes 2007 4 meses, 3 semanas y 2 días, explícito título para la historia de un aborto -práctica ilegal en regímenes supuestamente progresistas- en la Rumanía comunista de 1987.

La película es extraordinaria en su realización -parece que vivimos y sentimos lo mismo que la protagonista-, con un guión conciso y directo, pero también de una dureza extrema y de una desesperanza feroz ante las circunstancias atroces de unas personas jovenes, que suficiente tienen con tratar de buscarse un futuro mínimamente digno. Es cine social, sí, pero no estamos aquí ante el didactismo reivindicativo de un Ken Loach, sino que nos sitúan en un contexto gris, represivo, plagado de personajes mezquinos e inicuos, una situación muy concreta de un sistema político que ha sido un triste fracaso, también en su deshumanización en virtud de no se sabe muy bien qué interés colectivo o burocrático. Soy incapaz de encontrar un defecto a la película de Cristian Mungiu -de nuevo un director joven nos recuerda lo necesario de la memoria histórica también aplicada al comunismo, como en el caso de Florian Henckel von Donnersmarck en La vida de los otros-, pero creo que solo un masoquista puede decir que ha explícitamente disfrutado con esta dura película.

Algún crítico antiabortista, con ganas de buscar argumentos, ha querido encontrar en la película un mensaje moralista al respecto. Creo que no puede andar más desencaminada esa visión, las historias más efectivas son aquellas que nos recuerdan con inteligencia y minuciosidad las circunstancias terribles por las que tienen que atravesar las personas. Una de ellas es la de una mujer que desea abortar y se encuentra no solo desamparada, sino también criminalizada. El deseo de la chica, que se ve obligada a abortar en 4 meses.., de enterrar a su feto, siguiendo la tradición religiosa, es solo un ejercicio de voluntarismo que niega la realidad. Si hay una opción esperanzadora en el film, está en el personaje protagonista de su amiga, emotivamente solidaria, lúcida, con ganas de hablar de los problemas reales tan obvios que padece su generación, que demanda un futuro y unas posibilidades diferentes y que, en el último plano, parece dirigirse al público -un público que, a esas alturas, nos estamos tal vez removiendo en nuestras butacas- pidiendo un juicio, o tal vez responsabilidades o no se sabe muy bien qué.

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