Me pregunto cómo se gestan algunas películas. Si parte de los creativos guionistas materializar ciertos pastiches o los sagaces productores encargan el dar cierta coherencia a un remedo de los éxitos cinematográficos de los últimos tiempos. El caso de La noche es nuestra -que alguien me explique el porqué de este título, por favor, que contribuye aún más al equívoco- es significativo, lo que no sé muy bien es de qué, si de la pobreza actual de Hollywood, de la tendencia posmoderna esa de las múltiples influencias -yo lo llamo plagio y confusión, miren ustedes- o incluso de lo moralizantes -en esta caso, además, reaccionaria- que resultan las peores obras. La película tiene un prometedor arranque, que puede incluso recordar lejanamente a los Coppola o Scorsese -que los dioses me perdonen-, pero lo ridículo del guión y su ideología conservadora van in crescendo a lo largo de sus casi dos horas de duración y ni siquiera una realización aceptable puede salvar la función. Tampoco la presencia de un monstruo como Robert Duvall -que no puedo evitar que me cause una gran antipatía personal, con mayor motivo vestido de "madero"- salva los muebles, más bien contribuye al desastre al añorar las mejoras obras del género, con las que se ha querido emparentar este film escrito y dirigido por James Gray -cuyos créditos desconozco, más allá de esta película, y creo que voy a seguir así-. Pues sí, además de las inevitables comparaciones argumentales con Infiltrados o Promesas del Este, a algún ambicioso responsable de la promoción se le ocurrió comparar La noche es nuestra con El padrino: en lugar de un honesto ciudadano que no quiere saber nada de su criminal familia, tenemos aquí a un descarriado hijo -insisto, la fábula moralizante es tan ridícula que es digna de las sagradas escrituras- que pasa ampliamente de su progenitor y hermano, policías modélicos; lo que sí tienen en común ambos films es que los mencionados hijos que no quieren seguir la tradición familiar acaban siguiéndola y de qué manera, convirtiéndose en unos feroces hijos de perra -"ahora que soy policía, puedo hacer lo que quiera", le suelta el colega a un desgraciado soplón, pero no se molesten ustedes en buscar un asomo de crítica-. El cuerpo de policía neoyorquino acaba admitiendo a un tipo que quiere vengar a su padre; eso sí, le advierten, "cuando todo pase, tendrás que ir a la academia" (je, je). A un repeinado Mark Wahlberg, actor que no aporta mucho sin ser tampoco demasiado molesto, le ha tocado ser el hijo bueno y Joaquin Phoenix no creo que tenga la entidad suficiente para aguantar dignamente papel tan patético, limitándose a cabrearse o poner cara de compungido. Eva Mendes está bastante buena, pero su papel no da para demasiado lucimiento. El discurso final de la película, donde se admite al inicialmente irresponsable protagonista en el cuerpo policial, con contenido religioso incluido, es el colofón a una ruina total. Y no, no hay que buscar, ni en la dermis ni en la epidermis de este film, más de lo que hay. Y les aseguro que yo soy muy dado a ello.
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