jueves, marzo 27, 2008


Nos deja ahora Richard Widmark, otro mito del celuloide, a la avanzada edad de 93 años. Se trata de un físico clásico del cine norteamericano, al que los amantes del tópico identifican casi en exclusividad con sus grandes papeles de villano. Sin embargo, Widmark, a pesar de que en los últimas años de su carrera hizo films más bien olvidables, tiene en su haber una gran variedad de interpretaciones demostrando su talento para dotar de humanidad a los personajes más duros. Tal vez se identifique a Widmark fácilmente con el papel con el que debutó en la gran pantalla, dando vida al sádico asesino de El beso de la muerte, -por cierto, existe un estimable remake de este film dirigido por el no suficientemente valorado Barbet Schroeder- que lanza escaleras abajo a una indefensa anciana, siendo su siguiente papel el de otro temible gángster en La calle sin nombre, pero hay que recordar que realizó más de 60 películas, con papeles de hondura como el fiscal militar de ¿Vencedores o vencidos? -película de valiente argumento, que sufrió la censura franquista ya en su título-, el noble médico de Pánico en las calles, un antihéroe simpático y canalla como el de Manos peligrosas, el rígido y belicista capitán de El incidente Bedford o sus numerosos westerns, en los que dio vida a personajes usualmente ambiguos. Su carrera comenzó a finales de los años 30, con trabajos en producciones teatrales y seriales radiofónicos, debutando en Broadway a comienzo de de la década de los años 40 con la obra Kiss and Tell. Sus trabajos en la escena de New York acabarían siendo vistos por el director Henry Hathaway, que le haría estrenarse en el cine en 1947 con el mencionado papel del criminal Tommy Udo. A finales de los 50, después de trabajar muchos años con la 20Th Century Fox, empezó a producir sus propias películas al crear la Heath Productions. Lamentablemente, Widmark nunca recibió un Oscar de ningún tipo, sí fue reconocido en 1989 por la Sociedad Nacional de Críticos de Estados Unidos y en 2005 por la Asociación de Críticos de Cine de Los Angeles, pero la muchas veces arbitraria Academia de Hollywood parece no haberse dado cuenta de donde residió un inmenso talento.

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