miércoles, abril 02, 2008

A raíz de la "polémica" en la entrada anterior, con el falso o real Boyero, me vienen a la mente otras películas que quizá hayan pretendido ser críticas sin mostrarlo demasiado y causando una fuerte polémica. Charles Bronson, después hacer mucha televisión y de trabajar en muy buen cine a las órdenes de gente como Sturges o Aldrich, se convirtió en todo un icono del cine moderno de acción, vertiente "fascistilla", con El justiciero de la ciudad (Death Wish, Michael Winner, 1974). Dicha película estaba basada en una novela de Brian Garfield, en la que un pacífico arquitecto neoyorquino pierde a su mujer, y su hija queda gravemente afectada, en una brutal agresión por parte de unos sicópatas de mala muerte. Ante la falta de efectividad de la ley, el individuo, que fue nada menos que objetor de conciencia en un conflicto bélico -este dato es tan flagrante, que resulta ya sospechoso-, se convierte en un vengador urbano que acaba a sangre fría con toda suerte de delincuentes (muchos de ellos de baja estopa, sin que los asesinos de su mujer sean jamás castigados). Los índices de delincuencia bajan notablemente en la ciudad y se genera cierto debate entre la opinión pública. Uno de los diálogos más hilarantes es aquel que acusa de racista al justiciero, al asesinar a más delincuentes negros, y la defensa esgrimida es que al haber más criminales de esa raza nunca podrá haber paridad. También se da cierta reflexión sobre el derecho americano a portar armas, el protagonista, pensando en la cobardía, pregunta a su hijo acerca del calificativo que se le dará a un hombre que huye ante una agresión y es contestado con algo así como "tal vez civilizado". El sistema, consciente de lo útil del justiciero, pero viendo peligrar los poderes establecidos, se limitará a desterrar a Bronson, el cual en una escena final también irrisoria muestra que continuará su trabajo vengador en otra ciudad. Se puede considerar a esta película como una de las fundacionales de un género de acción urbana, sin problemas de conciencia ante las actitudes fascistas de sus protagonistas. La duda que me queda es la intencionalidad de los responsables de este primer film de Winner sobre el arquitecto vengador Paul Kersey. Casi un insulto resulta emparentar a la película anterior con Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), pero al margen de la calidad, Scorsese deja bien clara la salud mental del tipo que decide tomar venganza o "hacer el bien" (en su forma bíblica de entenderlo, cabe la posibilidad de que una gran lluvia acabe con chorizos, prostitutas y homosexuales) y que es un producto de una sociedad enferma. El hecho de que el Travis Bickle salga también bien parado ante la ley, después de acabar con varios chulos y traficantes, nos dice por dónde van los tiros. Mad max (George Miller, 1979) es otra película casi inaugural de un genero post-apocalíptico y en ella vemos de nuevo como un ex-madero decide tomar la justicia por su mano ante los asesinos de su mujer y de su hija. Sin embargo, el propio título alude ya a un individuo que ha enloquecido y se deja claro en esta hábil película que "polizontes" y criminales se alimentan mutuamente. Otra polémica reciente es la de La extraña que hay en mí (The Brave One, 2007), cuya conexión con Taxi Driver es la presencia de Jodie Foster y similar argumentalmente (algo más compleja, son otros tiempos) a El justiciero de la ciudad. El estar dirigida por alguien tan poco sospechoso como Neil Jordan supone una mayor confusión, a la que se une un final muy, muy controvertido. ¿Intenciones? Quiero pensar que se deseó generar debate sobre la delincuencia y la sociedad en que vivimos, pero creo que si la hubiera dirigido cualquier otro la tildaríamos claramente de fascista.

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