miércoles, mayo 07, 2008

Después de la simpática Tapas, la nueva película de Corbacho y Cruz, Cobardes, es algo más que decepcionante. Y me explico. La película, además de bastante floja, es tremendamente pretenciosa, irritantemente pretenciosa. A pesar de lo que digan sus realizadores, se ha pretendido hacer un análisis exhaustivo sobre un tema tan importante que la cosa se queda en discreta a nivel cinematográfico y en casi ridícula a nivel social y humano. Lo que la película pretende, parece ser, es alejarse de todo maniqueísmo en los abusos escolares (que son extrapolabes a todo relación de dominación, como la película también quiere reflejar) y responsabilizar en gran medida a padres y al sistema educativo. Me parecen muy loables estos propósitos, con los que estoy de acuerdo a priori, pero es que, finalmente, el conflicto central y la solución propuesta (Corbacho y Cruz han insistido en que no han buscado dar respuestas, pero, señores, dados los elementos que manejan hubiera sido mejor tomar partido e ir al grano) se pierden en un mar de despropósitos. No sé sabe muy bien lo que te muestra la película (que no tiene que coincidir con lo que se defiende): si el ojo por ojo (al que no hay que confundir con la autodefensa), la resistencia (más o menos pasiva, que es lo que parece hacer el sosaina del protagonista, ya que su propósito es no caer en la delación) o la gran cagada final, que es una especie de táctica chantajista mafiosa (alentada por un personaje insignificante, el del dueño del restaurante, que es víctima del giro de guión más penoso que he visto en mucho tiempo) para buscar un equilibrio de fuerzas. La escena final (que no voy a revelar) es el magnífico colofón para una película que va de más a menos. Esa exposición de los hechos (pretenciosa, muy pretenciosa), según la cual todos podemos ser víctimas o verdugos, que merecería un análisis social mucho más severo y un talento superior, hace naufragar definitivamente el barco. Ese político (de derechas, of course) con convicciones, pero finalmente sumiso a la "disciplina de partido" (topicazo), o ese padre subordinado a una jerarquía laboral (como todo cristo, por otra parte) sirven de modelos a esos chavales abandonados a una especie de jungla escolar. Muy planito, todo muy planito. Y las madres, que parecen contar menos para sus hijos, no sé muy bien si por denuncia de un machismo social, peor aún. La una no se entera de nada y su conducta resulta indignante, interpretada por una Elvira Mínguez que hace lo que puede en el papelón que le ha tocado, y la otra, más consciente pero sin terminar de coger las riendas (un poquito más creíble resulta finalmente este personaje más conservador), le da vida una aplaudida Paz Padilla (con permanente cara de funeral). Los intérpretes adultos, en definitiva, no están mal, pero los adolescentes hubieran necesitado una dirección de actores un poquito más severa (el protagonista, el pobre, tiene menos carisma que una ameba). Por lo demás, la película ha contado con un presupuesto holgado y eso se nota por lo menos en su factura. El tema del abuso escolar (bullyng, termino inglés innecesario) merece un tratamiento más serio en la ficción cinematográfica.

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