jueves, abril 23, 2009

Hacía tiempo que no me emocionaba, de verdad, en una sala de cine. The Visitor, película dirigida por Tom McCarthy, logra esa magia, no demasiado habitual en la actualidad, de conjuntar calidad humana y cinematográfica. Se trata del mismo tipo que nos regaló ya otra obra excelente como es The Station Agent (distribuida en España con el incalificable título de Vías Cruzadas), que tanto tiene en común con esta nueva película. Hay quien dijo que un artista está condenado a tratar de repetir, y tal vez ae perfeccionar, una misma obra. Se cumple, curiosamente, en el caso de este guionista y director (lo que se suele llamar un autor, sin que yo establezca una frontera clara entre quién lo es o no) norteamericano con dos obras notables que no dejan a un lado su compromiso social y humano, sin caer en la sensiblería ni el esquematismo, con personajes bien trazados e historias solidas, hondas e incisivas. En el caso de The Station Agent, se trataba de un hombre corta estatura, que trataba de escapar geográficamente de un mundo plagado de crueldad y estupidez, al que acaban introduciendo forzosamente en la vida gracias a la comunicación y a la empatía con otros seres. En The Visitor (la distribuidora nos ha privado esta vez de un título rídiculo en castellano), el protagonista es un maduro profesor de economía, hecho nada casual en el estupendo guión al recalcar la contradicción de un mundo globalizado en el que no ha desaparecido la injusticia, de vida gris y carácter rígido y amargado, decidido a refugiarse de un mundo al que tal vez no se ha enfrentado nunca, empecinado en confundir pasión con talento en un penoso intento de llenar un evidente vacío existencial. Este hombre descubrirá la magia vital y el amor al solidarizar con personas que lo han tenido y lo tienen mucho más crudo que él en sus nada fáciles vidas. Inmigrantes que han huido de la miseria y de la represión para encontrar, finalmente, algo parecido en el llamado "país de las libertades". Llamativo resulta, en algunas secuencias espeluznantes por la violencia presente de una manera o de otra, que la mano de obra de la que se nutre la maquinaria estatal para reprimir a personas de otras culturas esté formada mayoritariamente por negros e hispanos, personas retratadas con acierto en el film de manera muy impersonal, aparentemente ajenos sentimentalmente al drama humano del que forman parte. No está exenta la historia de cierto análisis político post 11-S, en el que el Gobierno norteamericano contempla las cosas en blanco y negro sin que se reconozcan derechos para los inmigrantes, ni de mordaces diálogos acerca de cómo son y actúan los verdaderos terroristas, personas poderosas sin ningún vínculo con los desposeídos. Hay muchas secuencias memorables en esta película a la que es difícil encontrar peros (o, al menos, quedan diluidos por la fuerza del conjunto), destacaría el estallido del protagonista en el centro de detención de inmigrantes (cárcel, en toda regla) reclamando a voz en grito la vida que le han arrebatado a su amigo, o ese final en el que el viejo profesor, dejando a un lado convencionalismos de una vida gris y sin sentido a la que ya ha renunciado, queda impregnado de la vitalidad y la pasión de su amigo. Richard Jenkins, rostro que nos resulta familiar porque le hemos visto decenas de veces como un impagable actor de reparto, nos obsequia con una emotiva interpretación en un papel a la altura de su talento.

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Empezaré diciendo, ya que creo que voy a ser una de las pocas voces críticas (y, seguramente, en mi línea habitual, algo gruñona, pero alguien debe hacer el "trabajo sucio"), en esta sociedad demasiado autocomplaciente, que no está exenta la oscarizada película Slum Dog Millionaire ni de valores cinematográficos ni de elementos humanos y sociales de interés. Sin embargo, paso a continuación a tratar de explicar, desde puntos de vista que se alejan de lo meramente cinematográfico (es también la grandeza del cine para mí), por qué esta exitosa película me ha parecido de lo más detestable. Mi interés y curiosidad hacia el film aumentaban, paralelos a cierta predisposición crítica (por qué negarlo), a medida que se producían el boca a boca del entusiasta público, los numerosos premios recibidos, los elogios (casi unánimes) de la crítica y las diferentes polémicas servidas por el enfoque hacia la visión de la India más miserable. Por otra parte, la controversia también crecía, no sé yo si como parte de una estrategia de mercadotecnia para vitalizar aún más la carrera comercial del film, cuando sale a la luz que los chavales protagonistas, de origen humilde como en la ficción, van a ser devueltos a su mísera vida en los suburbios después de haber vivido unos días el "sueño americano" en Hollywood. Esas críticas, absolutamente polarizadas, partían tanto de aquellos que creen que hay mucho de visión neocolonial en el film (matizable, pero me siento más cercano a esa opinión) y los que consideran que las imágenes de la película ponen demasiado el foco en la miseria, algo que trata de ocultar la propia industria cinematográfica india, muy productiva y, por lo que he oído ya que yo la desconozco, pobremente folclórica (tampoco tengo excesivo interés en salir de mi ignorancia al respecto). Vista en su conjunto, la historia lastra mezquinamente los aspectos sociales y controvertidos del film (la prometedora secuencia del chaval sumergido en los excrementos, las torturas policiales que provocan los flash-backs explicativos, la razia religiosa…) en una fábula de final feliz y colorista, con unos, eso sí, divertidos títulos de creditos finales que homenajean al "género" que pertrecha Bollywood, pero dejando claro el vigor y el seudovitalismo de una historia del gusto del Hollywood más banal y mercantilista. El realizador Danny Boyle, previendo algunas críticas por el último tramo del film, ha declarado que no podía darle un final triste a la historia después de lo que había sufrido el protagonista. No comparto evidentemente esa visión, y será muy legítimo explotar el gusto de la gente por los "cuentos de hadas", pero dada la naturaleza de la historia y su potencial, se echan en falta grandes dosis de ironía y un incisiva crítica social, política y económica. No era ese el objetivo, con total seguridad, del director de Transpoitting.
El mismo título del fim es una síntesis perfecta de los que nos van a narrar: el "perro de chabola" que se convierte en millonario en un concurso televisivo de formato globalizado (aspecto omnipresente en la historia, como esa empresa de telefonía hindú que trata de engañar a sus usuarios británicos), gracias a su esfuerzo personal y a una suerte de determinismo místico de lo más detestable. No hay, sin embargo, respuesta para el determinismo social que sufre gran parte de la población (entre la tradición que divide a las personas en castas y la posmodernidad globalizadora y pobremente nihilista no parece haber ningún espacio ya para la revolución). Tan solo un paria logrará salvarse, dando la vuelta a su innata desgracia, gracias al exitoso concurso que mantiene una vana esperanza en millones de personas, tal como se puede ver en la últimas y vergonzantes secuencias. Según la historia del film, estaba escrito. Lo dicho, abominable.

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No es una película fácil de ver, ni fácil de digerir, la producción francesa La cuestión humana. Estrenada solo en los Cines Verdi de Madrid -desconozco si ha encontrado distribución en el resto de España-, relegada a una pequeña sala, pero que encontrará, gracias a los milagros del boca a boca y del "buen lenguaje" su público, estoy seguro.
El protagonista, un tipo ilustrado, carente de escrúpulos, sicólogo al frente de un departamento de recursos humanos de una multinacional (esa "cuestión humana" que actúa como eufemismo en el lenguaje para encubrir el horror), un perfecto esbirro, tan frío y técnico como el sistema al que sirve -y como el propio film, en gran parte de su metraje-, pasará por un proceso de leve humanización y de sensibilización -tal vez, siendo muy optimista, irreversible y esperanzador-. Un proceso de concienciación paralelo al de resquebrajamiento del pequeño y mezquino mundo que habitaba. El encargo que le hace la empresa de vigilar a un directivo debido a su extraño comportamiento -quizá, resumido en que se trata de un comportamiento demasiado humano-, le hará descubrir las raíces totalitarias de un sistema en el que él constituye una terrible pieza más del engranaje -la reflexión final de un antiguo empleado sobre el lenguaje "técnico", frío y neutro, que se emplea para maquillar la realidad no tiene precio-. Los métodos sistemáticos de eliminación de vidas humanas empleados por el nacional-socialismo no distan demasiado de los utilizados por la gran empresa en sus técnicas de selección y de reestructuración.
No es una película que hable de un solo holocausto, sino de muchos, de esos holocaustos que están instaurados en nuestra cotidianeidad, de los holocaustos que no nos son ajenos ni podemos ya buscar subterfugios de ningun tipo para eludir nuestra responsabilidad en ellos -no se trata de buscar culpables ni autoculpabilización, se trata de ser más conscientes de la posición que tenemos en el sistema-. De los holocaustos, en definitiva, inherentes a un sistema económico y sociopolítico que tiende a maquillar la realidad -y se vale para ello del lenguaje, tan necesario y tan pervertido-.
Muchos son los planos, secuencias sugerentes en un film que no elude su compromiso radical de denuncia de un mundo deshumanizado ni suaviza un ápice en ningún momento su fuerte propuesta. Desde los crueles rituales iniciáticos de los jovenes directivos hasta la violencia policial -estremecedora resulta una breve secuencia al respecto-, hay una conseguida emulación técnica y estética de la parafernalia nazi. En una de sus inteligentes líneas de diálogo, el veterano y hastiado directivo le recuerda al joven empleado, cuando éste inicia su seudoinvestigación, la etimología de la palabra "archivo" aludiendo a la palabra griega arkhé. El arkhé tiene dos acepciones, que son en realidad complementarias; es tanto la "autoridad" (el "orden social", donde mandan los hombres o los dioses, de ahí la palabra "anarquía" como negadora de dicha autoridad), como la "fuente" o "principio", lo originario (un concepto importante en los albores de la filosofía griega). Creo que este diálogo resume el espíritu del film y resulta esclarecedor sobre los descubrimientos que realizará el protagonista del mundo en que vive.
Ya digo, una obra difícil, densa, probablemente imperfecta -al menos, según los cánones narrativos clásicos-, pero que tiene muy claro qué quiere contar y, probablemente, cómo hacerlo. Puede gustar más o menos esta película, pero dudo mucho que deje a alguien indiferente. Frente a tanta banalidad hija de la posmodernidad, recomiendo la proposición de La cuestión humana, que reflexiona sobre los horrores que ha conllevado el mundo moderno -ese monstruo llamado "razón técnica"-, sobre cómo ha fracasado y se han pervertido sus valores en un mundo deshumanizado, y su conexión con la sociedad de hoy en día.
Atentos todos aquellos mercaderes y especuladores que niegan la "memoria histórica", porque este inteligente y comprometido film es un mazazo para sus intereses.

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Me gustó la premiada película israelí Los limoneros. Y bastante. A pesar de la buena prensa que tenía esta obra, era bastante cauto ante las premisas de una historia -junto a un edulcorado cartel que echa algo para atrás- que olía a buen rollo sobre el conflicto sangrante entre palestinos e israelíes con el que es imposible ser equidistante.
Salma, la viuda palestina protagonista, persona humilde cargada de dignidad que vive en la frontera entre Israel y los territorios ocupados, tiene que ver cómo se muda al lado de su hogar el propio ministro de seguridad del Estado de Israel. En la parafernalia de seguridad que se monta, se toma la decisión de talar los limoneros de Salma -su medio de vida-, posible escondite de terroristas, y la palestina decide enfrentarse al propio Estado israelí -el ministro también se llama Israel, decisión narrativa nada sutil- con medios legales -la justicia de un Estado democrático, capaz de tomar las decisiones más sangrantes en nombre de la seguridad-. Por cierto, el apellido de la protagonista -"Zidane", y el homónimo ex-futbolista aparece también en un póster-, ¿es tal vez un guiño a la cuestión "de clase"? -"árabe pobre, árabe rico"-.
El "pequeño" drama de esta mujer -que varios personajes se empeñan en señalar como una menudencia ante auténticos problemas de otras personas- actúa como símbolo, con muro incluido, de una situación de intolerable represión. Eran Riklis, director de la cinta, ha afirmado que trató de hacer una película nada maniquea en la que todos los personajes expusieran sus razones. Muy loable me resulta esto a priori, pero el peligro de mostrarse distante -incluso, eso a veces tan mezquino de ser equidistante- ante los abusos de los poderosos era algo que permanecía como una sombra amenazadora en este atractivo film. No cae en ello, a pesar de que durante gran parte del metraje esa amenaza me resultaba casi como una losa -probablemente, se ha jugado con ello de manera inteligente-. Tampoco cae, afortunadamente, en la sensiblería y sí en la sensibilidad y en la belleza, a pesar del drama, en numerosas secuencias -como esos limones cayendo del árbol, que despiertan a la protagonista y podemos contemplar una vez más su bello y sereno rostro-. La película, tal y como se ha dicho, y más allá de nacionalidades, lo es fundamentalmente de personas. Y la cosa funciona. Los personajes están admirablemente trazados, incluso los que corrían mayor peligro de ser víctimas de una lectura unidimensional como la poderosa familia israelí. El ministro, implacable y teatrero de cara a la opinión pública, está determinado por su condición de hombre de Estado. Su mujer tomará conciencia ante una situación que, tal vez, hasta ese momento no había vivido en persona. Quizá es también poco sutil ese plano que te muestra a una atractiva militar israelí -la presencia de mujeres en las instituciones, como esa jueza que dictará la sentencia final, para nada garante de justicia de un Estado considerado democrático, es otro de los atractivos de la película-, que acompaña al ministro en todo momento, y que vendría a significar un asomo de crisis en el matrimonio es tal vez un subrayado innecesario. Las decisiones como gobernante del ministro, indisociables de su vida personal, me resultarían suficientes para que su mujer se replanteara su vida -en una especie de "torre de marfil" o "cárcel de oro"-. El paralelismo entre las dos familias y entre las dos mujeres -si Salma es digna y valerosa desde un principio, su vecina israelí se redimirá al respecto al final de la cinta-, de inaceptable contraste, es otro atractivo narrativo llevado a la práctica cinematográfica con eficacia. En ambos casos existen hijos en Estados Unidos -cómplice del Estado sionista y falsa tierra de las oportunidades-. Una estudia con todas las comodidades y justifica y comprende a su padre -a Israel, en suma-. El hijo palestino es un humilde trabajador que, sin embargo, se muestra contento de haber abandonado aquel infierno y aconseja a su madre hacer lo mismo -algo que, obviamente, no hará nunca-. No voy a desvelar nada más sobre este notable film, pero sí expresar la coherencia que posee en su conjunto y en su resolución -por llamarlo de alguna manera- de sus diferentes vertientes narrativas: como el conflicto del matrimonio israeli o la historia de amor de la mujer palestina con su abogado -personaje no necesariamente inicuo, pero finalmente coherente con cierta manera de entender la justicia-, por no hablar del conflicto central de los limoneros -insertado en el aparato jurídico de Israel, que llega hasta el llamado Tribunal Supremo-. Los personajes no son para nada planos, incluso hasta el más secundario como un "simpático" recluta israelí o un eficaz guardaespaldas que asegura "cumplir órdenes sin pensar" -"¿por qué no piensas?", le espeta la propia persona que quiere proteger-. Un último detalle: el atentado que se produce, que se produce en pleno "conflicto de los limones", sin que aparezcan terroristas por ningún lado y que justifica la acción militar sobre el propio hogar de Salma, ¿quién lo realiza?; no hay respuesta al respecto, lo cual es inteligente y significativo sobre la posibilidad que sea una maniobra del Estado de Israel.
Recomiendo enormemente el visionado de este film, en el que están presentes elementos sociales de los que se puede hacer una valiosa lectura libertaria: represión estatal -por muy "moderno" y "democrático" que sea ese Estado-, lucha de clases -apropiación o eliminación del medio de vida de las personas, lo que conduce a situaciones desesperadas-, opresión religiosa -ya digo que el film se muestra ecuánime y reparte adecuadamente al señalar el drama de Salma-.

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Tropa de élite es una película brasileña que, siguiendo la línea de otra obra magnífica como Ciudad de Dios, recrea con una tremenda, y difícil de digerir, verosimilitud la cruda realidad de las favelas brasileñas. La narración se realiza, con el uso constante de la voz en off, desde el punto de vista policial; no una policía convencional (retratado como corrupta y sin actuación en los barrios marginales), sino un grupo de élite de formación militar (una instrucción, que riámonos de La chaqueta metálica), al que alude el título, que actúa usando métodos salvajes (torturas y asesinatos sistemáticos) al considerar la situación un "estado de guerra". En la película no hay una mirada amable para nadie (traficantes [aunque no hay personajes protagonistas ni mínimamente trazados], policías de diverso pelaje, ONGs, niños bien con seudoconciencia social y análisis superfluo de la realidad), no hay un punto de vista cómodo ni soluciones fáciles (quizá la principal virtud del film es que expone con inteligencia una realidad terrible en la que grupos armados se alimentan mutuamente con sus acciones), que puedan adoptar espectadores bienintencionados, en una situación social terrible en la que las fuerzas represivas del Estado actúan sin ningún respeto por los derechos humanos. Un viaje a Brasil de ese Papa reciente, al que tanto le gustaba moverse de sitio, en el que se empeña en dormir cerca de las favelas (cosas de los que aman tanto a los pobres, que desean su perpetua existencia para justificarse ante su Dios), lleva a que esa élite policial tenga que "limpiar" la zona para la protección del líder católico (no sé si la gente se parará a analizar esto, pero es de una valentía argumental tal, que ya justifica esta obra). Una ONG que opera en las favelas (haciendo no se sabe muy bien qué), con el consentimiento del que está al mando de los criminales (el director ha comentado que es una realidad que para ayudar a los chavales de la favela tienes que hacerte amigo de las traficantes), está integrada por niños bien que juegan a concienciados y se dedican más bien a consumir droga (quizá el retrato de estos personajes es la parte más floja de la película, pero insisto en que los personajes más destacados son policías). El principal protagonista, dueño de la voz en off y comandante del grupo de élite (para que nos hagamos una idea, van de negro y su símbolo es una calavera atravesada por un puñal), es uno de los personajes más siniestros que he visto recientemente en una pantalla; desequilibrado emocionalmente (va a ser padre y eso le hace cuestionarse su puesto, no es que se cuestione lo que hace), tremendamente eficaz en su profesión (los asesinatos y tortura de delincuentes, y cercanos a ellos, no le suponen un problema), humano a ratos (le obsesiona la muerte de un "cohetero", un chaval que ayuda a los traficantes avisando de la presencia policial), es un personaje muy, muy bien construido, lo que facilita que la película funcione extraordinariamente bien. Otro madero, inteligente y supuestamente idealista (aunque esto apenas se sostiene a lo largo del metraje, y su final no resulta tan sorprendente), se dedica a estudiar derecho (se debate entre la labor policial o jurídica) y tiene que hacer un trabajo con esos niños pijos sobre el análisis social de Foucault. Otro elemento valioso en el guión es la presencia de la imprescindible obra del filósofo francés Vigilar y castigar, en la que se concluye que no existen ningún contrato en la sociedad, que el Estado genera instituciones represivas para controlar y establecer una constante justicia punitiva (el madero entiende muy bien a Foucault y quizá esté de acuerdo con él, pero considerando necesaria esa situación [y, tal vez, parte de los espectadores, pero espero que invite al menos a la reflexión esta película sobre un barrio marginal de uno de los países más desigualitarios del planeta]).
El análisis de Foucault, tal y como apunta un profesor universitario en la película, va más allá del control estatal. Sugiere que existen en la sociedad moderna todo una serie de microcosmos (diferentes niveles sociales donde se ejecuta lo que él llama "prisión continua"), donde se llevan a cabo los sistemas de control de poder y conocimiento (dos términos interrelacionados). Desde las cárceles de máxima seguridad hasta nuestra vida cotidiana está presente esa "normalización" por parte de unos seres humanos sobre otros (de manera consciente o no).

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