miércoles, abril 30, 2008

Paradójicamente, solos unos días después de que La 2 (el último reducto cultural, y que tal vez demuestra algo de humanidad en su visión social, de la televisión) emitiera el valioso documental Las alas de la vida, falleció su protagonista Carlos Cristos. Se ha dicho que "murió con el sosiego y la serenidad que él siempre había deseado para los demás", éste médico vigués que sufrió de atrofia sistémica múltiple, una enfermedad que padecen solo unos centenares de personas en el mundo, por lo que la investigación es mínima. El director de la obra, Antoni P. Canet, ha recordado que se obtuvieron 70 horas de grabación en unos tres años de rodaje para un documental que ha pretendido ser un canto a la vida y una reflexión sobre la muerte digna. En el documental han colaborado un equipo de profesionales de diversos campos (periodistas, guionistas, médicos, filósofos, pedagogos...), sin que hayan pretendido hacer apología de nada ni dar lecciones de ningún tipo. Una obra de calidad y tremendamente emotiva, que muestra una enorme dignidad y ganas de vivir por parte de Carlos Cristos y sus reflexiones sobre su vida al lado de amigos, médicos e investigadores. Valga también como ejemplo, la vida de este hombre, como lucha por la sanidad pública y por una visión humanista de la medicina. El mejor homenaje póstumo para un hombre ejemplar es visionar el trabajo de Canet, donde se refleja su emotivo legado, y seguir trabajando por un mundo más humano. Hay veces que las palabras sobran.

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domingo, abril 27, 2008

De Michel Gondry, únicamente Olvídate de mí me gustó (sin excesivo entusiasmo, aunque es un film bello). Ni Human Nature, ni La ciencia del sueño, ni ésta patochada escasamente divertida, que se acaba de estrenar en nuestro país, cuya premisa argumental debe alertar a cualquier ser humano mínimamente avispado (vamos, que la culpa debe ser mía). Con Rebobine, por favor, el nivel e intenciones de Gondry se acerca peligrosamente a otro director personal y modernillo (post-moderno, quizá habría que decir) como es el inefable Wes Anderson, cuyo curriculum me parece una auténtica tomadura de pelo (bueno, a excepción de la divertida y entrañable Rushmore; ¡vaya, siempre salvo alguna obra de esta gente!). En Rebobine, por favor, no sé muy bien qué es más irritable; si la historia de dos tipos incalificables que se dedican, en un videoclub, tras perder todo el stock (¡en VHS!; y mejor no les cuento por qué echan a perder el material magnético), a rodar sus propias versiones de films archiconocidos (por ahí andan: Los cazafantasmas, Robocop, El rey león, Paseando a Miss Daisy y muchas otras); o tal vez resulte peor las intenciones de no sé muy bien qué, si homenajear otra forma de hacer cine, reivindicar la autogestión productiva del cine de cada uno o llorar por un pasado aplastado por el progreso (con forma digital, aunque eso quizá sea una metáfora, ¡yo que sé!). Sí, la cosa podría haber sido divertida, pero es que, desgraciadamente, apenas lo es, y acaba teniendo más peso ese lado sentimental, lleno de unas buenas intenciones comunales (también cuestionables, pero eso quizá es más culpa mía, que tiendo a ser un tocapelotas de aupa) que parecen fuera de lugar en este estrafalario argumento, que tampoco acabé de apreciar. Es decir, la astracanada (que va a ser lo que pueda atraer al público) oculta las intenciones elevadas y "humanistas". Y, digo yo, que hace mi admirada Sigouney Weaver en un papel miserable (que ni siquiera parece un cameo, ni tiene la más mínima gracia) en todo esto. Da la impresión de que Gondry (al igual que Anderson) se considera tan genial que apenas tiene que revisar sus ideas, y me le imagino dando por buena cualquier toma, como una suerte de moderno y pretencioso Ed Wood. Esa película sobre el considerado exageradamente "peor director de la historia del cine", la mejor de Tim Burton, sí que era una emotiva y valiosa "reinterpretación" de algo que tal vez no tuviera excesivo valor artístico. Pero, claro, ahí entramos en un debate delicado, el de considerar qué es arte. Y tal vez me pase cuestionando muchas de la manifestaciones humanas orgullosas de etiquetarse como artísticas, pero es que algunos realizadores cinematográficos modernos no me emocionan lo más mínimo, y es por eso que me cuesta apreciar lo que hacen.

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sábado, abril 26, 2008

Con Coppola me ocurre algo parece algo parecido que con Berlanga. A un tipo que ha dirigido Plácido o El verdugo, se le puede perdonar cualquier cosa que haga después (y hay que ver las cosas que ha dirigido después Berlanga). De igual modo, el director de las dos primeras películas de la saga El padrino puede haber contribuido ya notablemente a la humanidad sin que tenga que ser castigado por lo que haga después. Quizá Coppola, del que alguno ha dicho que algún día se le conocerá como el padre de Sofía (no hay que ir tan lejos), no tenga películas tan bochornosas como el maestro Berlanga (las cosas hay que decirlas así), exceptuando aquella protagonizada por Kathleen Turner (que era un plagio de Regreso al futuro) u otra de Robin Williams (plagio de una de Tom Hanks). El mismo Coppola acaba de afirmar su ilusión por seguir creando con un nuevo inicio en su carrera, que tal vez recupere de sus primeros films. El caso es que yo quiero reivindicar dos bellas películas de este hombre, rodadas casi al mismo tiempo y con algunos actores comunes, que tal vez no lleguen al nivel de El padrino pero que considero muy estimables y de intenciones nobles y libertarias. La ley de la calle está protagonizada por unos sorprendentes Matt Dillon (siempre buen actor) y Mickey Rourke (otro actor reivindicable, echado a perder por motivos ajenos al mundo del cine). En los años 50, un joven rebelde de extracto social bajo, que añora el tiempo de las pandillas (donde todo era más noble y sencillo, según su visión), anterior a la llegada de las drogas, y que tiene en un pedestal a su hermano mayor, el llamado "chico de la moto" (estupenda la mística puesta en escena, plagada de pintadas reivindicativas de este personaje), que en realidad es alguien desencantado, maleado por la vida y "de vuelta de todo". Un blanco y negro estupendo (con el solo color de esos peces a los que alude el título original) y una vigorosa ambientación (con la metáfora del tiempo en forma de reloj que aparece continuamente), además de esos magníficos actores (el papel del padre, Dennis Hooper, no tiene desperdicio y dice mucho de lo que pretende contar el film), contribuyen a que sea una notable obra de gran poderío visual y argumental. En Rebeldes (de nuevo, de título español fraudulento, ya que The Outsiders alude a los que están en un segundo orden o escalafón) la lucha de clases se aborda directamente, al haber dos pandillas enfrentadas de diferente condición social: "Los grasientos", que cuentan en sus filas con jovenes actores que luego se convertirán en estrellas, el propio Dillon, Rob Low, Tom Cruise, Emilio Estévez, Ralph Macchio, C. Thomas Howell o un ya hiperbólico Patrick Swayze; y "Los Dandis", obvio nombre para unos jovenes adinerados que consideran que siempre estarán arriba. Quizá la parte más floja de la historia es la que subraya la gran sensibilidad de esos jovenes "outsiders", con planos coloristas y edulcorados, y metáforas literarias que anhelan un mundo mejor, pero el film se atreve a no mostrar una realidad plana y maniquea y a tratar de profundizar en la marginación y en la delincuencia, y acaba siendo muy emotiva, con un final trágico para algunos (para aquellos que poseen menos oportunidades y les rodea la desesperanza, como la propia vida). Ambos films están basados en exitosas novelas de la autora Susan E. Hinton, las cuales escribió con tan solo 17 y 18 años.

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jueves, abril 24, 2008

Jerzy Kawalerowicz, que falleció a finales del años pasado, fue uno de los cofundadores del cine polaco después de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1956, estuvo al frente de la productora Kadr, que contó con figuras como Andrzej Wajda, Andrzej Munk y Kazimierz Kutz. Fue premiado en los festivales de Cannes, Venecia y Berlín, y una de sus más conocidas películas, "Faraón", fue nominada para el Oscar al mejor filme extranjero en los años sesenta. Nació el 19 de enero de 1922 en la localidad de Gwoidziec (ahora Gvozdets, Ucrania), Kawalerowicz estudió en el Instituto Cinematográfico de Cracovia y fue ayudante de varios directores hasta que realizó en 1953 su primer filme: "Celuloza", de claras influencias neorrealistas. En 2003, el Festival de Cine de Huesca le entregó el premio Luis Buñuel en homenaje a su trayectoria y ofreció una retrospectiva que incluyó sus filmes Sor Juana de los Angeles (1961), Faraón (1966), Austeria (1983) y El rehén de Europa (1989). Su última película fue Quo Vadis (2001), no distribuida fuera del mercado polaco (¡cosa que resulta increíble!), última versión, y la más fiel, de la novela del Premio Nobel de su misma nacionalidad, Henryk Sienkiewicz; se trata de la mayor producción de la historia del cine polaco, constituyendo un esfuerzo digno del mismo Holllywood, ya que utilizó la más moderna tecnología y llevó a cabo su rodaje en diversos escenarios de Túnez, Francia, Italia y Polonia. Maestro de la forma, visionario, se lo llamó "reconstructor de mundos destruidos"; Kawalerowicz fue nominado al Oscar con Faraón, ganó el León de Plata en Venecia con Sor Juana de los Angeles y obtuvo el Oso de Plata en Berlín con "Muerte de un presidente". Doctor Honoris Causa por la universidad de La Sorbona de París, Kawalerowicz fue uno de los directores que mejor supieron captar la atmósfera de las obras literarias, algo que lo convirtió en uno de los grandes adaptadores de novelas en el cine europeo. Desgraciadamente, la obra de este gran cineasta ha sido casi ignorada en Occidente, prácticamente reducida a dos obras: Madre Juana de los Ángeles y Faraón (y, ni siquiera eso en España, ignorado y mutilado por la censura franquista). Madre Juana supone una elegante reconstrucción histórica del conocido como caso de los demonios de Ludun (también llevado al cine, de forma tan diferente, por el británico Ken Russell) y Faraón es una excelente fábula sobre el poder político y las distintas formas que adopta convertido en espectáculo. Otras películas de Kawalerowicz recogen la cotidianidad en la sociedad comunista, Tren de noche (1959), o las dificultades laborales en el propio comunismo, Celuloza (1954). En Muerte de un presidente, aborda los problemas de la Polonia contemporánea a través del asesinato de un dirigente político en 1922, tocando cuestiones como la falta de representatividad de sus líderes políticos, su dependencia de la URSS o el peso de la Iglesia. Se impone una tarea de recuperación de la imprescindible obra de este gran realizador.

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miércoles, abril 23, 2008

Albert Espinosa es el artífice de los guiones de Planta 4º y Tu vida en 65' (sobre sus propias obras de teatro). Acaba de publicar el libro El mundo amarillo, que recoge su aprendizaje durante los diez años que tuvo cáncer (y que también se muestra en la obra de teatro y posterior película de Antonio Mercero) y que reivindica como "una filosofía que se puede aplicar a la vida diaria". En su libro, Albert habla de los "amarillos", la gente que está a medio camino entre los amigos y los amantes, gente que consigue cambiarte, que te encuentras una vez en una ciudad o en cualquier otro lugar ocasional y te comprende. La "filosofía amarilla" de Espinosa la resume en breves palabras: hablar de la muerte con felicidad y encontrar la ganancia de la pérdida. De los diez años en los que sufrió la maldita enfermedad, y que le hizo perder un pulmón y una pierna, fue capaz de sacar anécdotas divertidas, y reivindica así una y otra vez en su obra su filosofía vitalista frente a las adversidades de la vida. Este hombre tiene tantos cojones y ganas de vivir que afirma cosas como "tuve cáncer durante 10 años y fui muy feliz" o "me apuntaría a una enfermedad que me enfrentara al amor". Lo que le impulsó a escribir, en parte, es no sentirse identificado con películas que trataban el tema del cáncer ni con los personajes que muestran una minusvalía. No le gusta la palabra "discapacidad" a Espinosa, ya que es una categoría que adjudica la sociedad, prefiere lo de "especiales". Su afán en dar una nueva visión de esta cuestión la mostró también en el guión de la no muy valorada película de Joaquín Oristrell Va a ser que nadie es perfecto, protagonizada por un cojo, un ciego y un sordo. También está a punto de estrenar su primer trabajo como director, No me pidas que te bese, porque te besaré, protagonizada por Eloy Azorín, Pablo Rivero y Teresa Hurtado, sobre personas con disminución psíquica y cómo el protagonista aprende a contemplar sus problemas a través de estas personas especiales, con un enfoque de la vida diferente y capaces de hacer las preguntas más insólitas. De nuevo, en esta película, se basa en una obra suya que recoge experiencias propias. No hay peor minusvalía que la emocional, la incapacidad de querer y de expresar sentimientos, esa es la más difícil de eludir.

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domingo, abril 20, 2008

He de reconocer que me reí bastante viendo Fuera de carta, la que es la opera prima de Nacho García Velilla, experimentado guionista televisivo. Y creo que se nota mucho esto último, ya que la película tiene mucho que ver con un episodio alargado de telecomedias como 7 vidas o Aída (de las cuales no soy un gran consumidor, pero tengo una opinión, como de todo). Es decir, un argumento mínimo para un guión más bien incoherente (nada menos que cuatro guionistas) y poco ambicioso, plagado de situaciones forzadas, que explota la zafiedad y el estereotipo hasta el exceso y confía excesivamente en la comicidad de los actores. Y, al encontrarnos con un monstruo como Javier Cámara, la cosa acaba funcionando a medio gas durante gran parte del metraje. Sin embargo, unos cuantos gags interpretados con gracia, algún intento de análisis medio serio de cuestiones sociales y un final vitalista acabaron despertando mi simpatía. Cámara no es solo un actor excepcionalmente dotado para la comedia, es que puede con lo que le echen y él solo y su talento acaban justificando toda una película. Si alguien quiere contemplar una interpretación memorable de un gay que nada tiene que ver con el de esta película, ya está tardando en ver la estupenda y no muy valorada Malas temporadas, de Manuel Martín Cuenca. Lola Dueñas es una buena actriz (que no provoca ninguna lujuria en mí, lo digo por ese empeño en darle papeles de mujer cañón), pero su papel no da para mucho y cae demasiado en el exceso. García Velilla ha declarado que este film nace de casos reales y de "que en la España de la nueva legislación del matrimonio homosexual haya gente que ha vivido una vida que no era la suya y que, al salir del armario, se ha visto obligada a construir una nueva vida". Y creo que la película, tal vez inconscientemente, acierta en esa mezcla de sofisticación ridícula (tal vez, haya cierto intento crítico de contemplar el barrio de Chueca, pero también es posible que se ma vaya a mí la olla) y caspa (la España real), con una utilización reiterativa del humor zafio, insultante hacia el diferente (Tejero, que interpreta un personaje a medida de su nula variedad de registros, alude a lo rico que es el castellano para ofender), con chistes de "mariquitas" mil veces oídos, pero que acaba siendo reflejo de la España de hoy en día, por mucho que se intente recubrir de una capa de modernidad. Se escuchan demasiados comentarios, quizás alentados por esa estupidez mediática de la derecha que habla de un lobby gay, sobre lo mucho que han ganado los homosexuales en este país. Es estupendo que la legislación recoja derechos obvios para colectivos que no los tenían, pero se olvida demasiado fácilmente el apartheid sociológico que todavía tienen que soportan los "diferentes" en esta España uniformada, de fútbol y pandereta. Y ahí, a pesar de la ligereza en tratar el tema, me parece que también acierta Fuera de carta, al poner sobre el tapete la cuestión de por qué los futbolistas homosexuales no salen del armario. La respuesta es obvia para cualquiera que haya acudido a un estadio y haya sido testigo de un espectáculo vergonzante.

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viernes, abril 18, 2008

Philiph Roth es, indiscutiblemente, uno de los mejores escritores norteamericanos contemporáneos y, además, profesor de universidad, ensayista y editor. Tuve oportunidad de leer La mancha humana, después de ver la adaptación cinematográfica que había realizado Robert Benton, y comprobé que todo lo bueno que tenía la película ya estaba en esa maravillosa novela protagonizada por un tipo que portaba la mayor de las cargas (en la pantalla, es difícil imaginar a Anthony Hopkins como negro o mulato). Roth es un escritor empeñado en reflejar, con la mayor de las sensibilidades y con un nivel que yo creo que no ha decaído, la inocencia y la desesperanza (con la comunidad judía tantas veces de protagonista), la tremenda subjetividad de la memoria, lo débil de las convicciones morales, todo ello con un estilo hondo y reflexivo. Es curioso cómo la memoria cinematográfica nos juega a veces malas pasadas y cuando leemos cierto material literario (en el caso de La mancha humana era más evidente el asunto) se producen extrañas hibridaciones. Disfrutando enormemente con La conjura contra América solo era capaz de imaginarme al Charles Linbergh filonazi, que acaba de presidente de los EE UU, con el rostro de James Stewart en El héroe solitario (Billy Wilder, 1957). Isabel Coixet se las ha arreglado para dirigir allá en la capital del imperio, trabajando con grandes actores como Ben Kingsley y Dennis Hooper ("Pe" es una actriz irregular que cada vez me interesa menos) una adaptación nada menos que de una novela de este gran escritor, El animal moribundo (no la he leído, pero parece que es una de las que recogen su mundo más íntimo). La película no respeta el título original y se llama Elegy (así, en inglés, pero tal vez se hubiera podido llamar La vida secreta de algo o Tu vida sin ti). Es el primer trabajo de Coixet en Hollywood (oferta que ha dicho que "hubiese sido de tontos rechazar") y, a pesar de los pesare, no deja de resultarme atractivo cualquier film basado en un material de Roth, aunque la obra de esta directora me resulta cada vez más aburrida y autocomplaciente (incluidos sus vídeos sobre la campaña electoral de Zapatero, trabajo que, supongo, tampoco pudo rechazar). Coixet ha declarado que, a pesar de los buenos frutos creativos que han tenido finalmente los encuentros con el escritor (como es obvio, no va a decir lo contrario), Roth es un personaje difícil, que se negó a leer el guión en un principio y que se mostró obcecado en incluir una escena de una felación que acaba en agresión. Finalmente no ha habido narices de incluir la mamada, ya que según la directora "la lógica de las palabras es distinta a la de las imágenes" (vamos, que no se ha querido relegar la película a una menor distibución por su contenido erotico). Penélope Cruz interpreta a una estudiante cubana y me pregunto, por enésima vez, por qué no se hace un buen trabajo de casting (máxime en estas obras que se reivindican tan "autorales") y se cede menos ante la presencia de una estrella (que, además, ni siquiera tiene la edad adecuada). Otro proyecto cinematográfico pretende adaptar la que está considerada una de las mejores obras de Roth, Pastoral americana (primera parte de la trilogía que concluye con La mancha Humana), con el no muy ambicioso Philiph Noyce de director. Veremos.

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miércoles, abril 16, 2008

Entre los directores que menciona Peter Biskind que cambiaron Hollywood, en su imprescindible libro Moteros tranquilos, toros salvajes, se encuentra uno que no es, creo, uno de los más conocidos. Se trata de Hal Ashby, perteneciente a la que Biskind llama primera generación (los nacidos en los años 30; una segunda habría nacido después de la Segunda Guerra Mundial). Ashby, que comenzó de montador, hizo una gran amistad con Norman Jewison a mediados de los años sesenta. Ashby trabajó en buenos trabajos de Jewison, como El rey del juego (1965) o El caso de Thomas Crown (1968), y hay quien considera que el montador aportó una fuerza a esos trabajos que nunca volverían a tener los films de Jewison. El punto de álgido de Ashby llegó en 1967 con el Oscar al mejor montaje por En el calor de la noche. Un considerable escándalo llegaría cuando el cachondo, y hastiado de trabajar, Ashby declaró a la prensa que usaría la estatuilla de tope para la puerta. El propio Jewison animó a Ashby a dirigir y acabó rodando The Landlord, que a la postre supondría el distanciamiento entre los dos directores por diferencias creativas. Esta modesta película hizo que llegara a las manos de Ashby el guión de Harold y Maude, bastante extraño, sobre un excéntrico joven de tendencias suicidas que inicia una relación con una mujer que podría ser su abuela. Para Ashby, era una historia muy propia de los sesenta, donde circulaban las ideas más innovadoras y brillantes. La película se estrenó en 1971 y las críticas no fueron buenas, duró una semana en cartel, aunque hoy es una obra de culto. No parecía tener un gran futuro Ashby como director, pero tendría posibilidad de rodar un guión de Robert Towne, sobre la novela de Darryl Ponicsan El último deber. El material literario original era un ejercicio antiautoritario muy propio de los años sesenta, donde dos miembros de la marina que deben custodiar a un pobre chaval que ha cometido un pequeño hurto acaban yéndose de juerga y, finalmente, desertando. Towne le dio un giro más pesimista y cuando contemplamos en la pantalla cómo finalmente Jack Nicholson y Otis Young acaban entregando al desgarbado Randy Quaid la película se hace aún más memorable. Este film de 1973 resultó una gran película y, para mí, se encuentra entre las mejores de esos autores que cambiaron el paradigma cinematográfico. Shampoo fue una comedia para lucimiento de la estrella Warren Beatty, pero de resultados interesantes. El regreso (1978), película con muchos puntos en común con Nacido el cuatro de julio, la adaptación que haría años más tarde Oliver Stone de la vivencias en Vietnam de Ron Kovic, fue una de las primeras obras cinematográficas en enfrentarse al fantasma de aquella guerra. Ashby, de nuevo, haría un gran trabajo en el montaje de esta película protagonizada por Jon Voight y Jane Fonda. Poco después, rodaría la prestigosa Bienvenido, Mister Chance, con guión de Jerzy Kosinski y protagonizada por el gran Peter Sellers. Como tantos otros directores, la estrella de Ashby se fue apagando entrados los ochenta. Me gustaría mencionar un interesante policiaco, 8 millones de maneras de morir (1988), con guión de Oliver Stone (polémicamente retocado por Robert Towne). Hal Ashby murió en 1988 de cáncer, con apenas 60 años. Merece la pena reivindicar sus trabajos.

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martes, abril 15, 2008

Incomprensible me ha resultado Todo estamos invitados. Se ha insistido una y otra vez en su promoción en lo de la valentía en el tema que trata, y no seré yo quien le quite mérito al respecto, pero es que eso no justifica toda una película. Hay quien también ha señalado el retraso de su estreno, postergándolo para cuando hubieran acabado las elecciones. Si eso es verdad, tendrían que caérsele la cara de vergüenza a los responsables, y espero que al menos un escalofrío les recorriera el cuerpo tras el cobarde asesinato de Isaías Carrasco. Un profesor universitario, que denuncia el acoso etarra, y un gudari abetzale, que pierde la memoria en un accidente, son dos premisas muy jugosas para una película de ficción (una cine de suspense con elementos realistas y análisis político, cosas que no tienen porque estar reñidas, como bien nos han demostrado Costa-Gavras o Loach). Sin embargo, soy incapaz de pensar en un momento memorable en la película de Gutiérrez Aragón, quizás podríamos negociar alguno salvable (tal vez me quede con el primer encuentro de la sociedad gastronómica, con un Iñaki Miramón que se trabaja la repulsión de su fanático personaje y un sacerdote que justifica los crímenes de su Dios bíblico contra "los enemigos de su pueblo"). Todo me parece un despropósito, empezando por un guión incoherente, empeñado en subrayar lo evidente y con pretensiones de thriller. No sé cómo resulta más patética la película, como cine de genero, como cinéma verité o con ese tono onírico que adquiere en los momentos más inapropiados. En cuanto a las interpretaciones, José Coronado no me transmite gran cosa (más allá de su atractivo físico, junto a su compañera interpretada por Vanessa Incontrada, también muy bella, ¡y mira que son feos los "malos"!), y menos la honestidad y valentía que se presupone al personaje, y Óscar Jaenada, lo siento, es un actor al que sigo sin ver excesivo talento (no he visto su muy valorado trabajo en Camarón). Insisto, el guión y la realización enfatizan la persecución nacionalista a toda voz crítica, y me parece muy honesto y valiente que una película refleje tal cosa (quizás es la primera que lo haga de una manera tan directa), así como las personas que, por miedo o indiferencia (tal vez es otro de los puntos débiles del film, atribuir solo a la cobardía la falta de implicación), deciden mirar hacia otro lado. Pero hacia tiempo que no me resultaba tan decepcionante (y casi diría que vergonzante) una película con tanta fuerza, a priori, para atraer a personas que no reducimos el cine a un mero divertimento. Cuando aparecen los títulos de crédito finales, mi compañera de butaca y yo nos miramos perplejos ante lo que acabamos de contemplar. No puedo evitar tener la sensación de que lo de los galardones que ha recibido en el Festival de Málaga puede estar más cerca de premiar a las "intenciones" que a la propia calidad del film.

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lunes, abril 14, 2008

Cuando vi Historias del Kronen en su estreno en la gran pantalla, tenía una edad similar a la de sus protagonistas. Recuerdo, con cierta vergüenza, que me pareció una película nimia, reduccionista, de escaso mensaje y pretensiones, fui incapaz de ver sutileza alguna en una historia que me pareció extremadamente simple. Un joven cretino como era yo, cargado de ambiciones morales, no podía consentir que se hiciera una retrato de la juventud cercano a un nihilismo destructor. Sin embargo, y ocurre esto muy a menudo, en una segunda visión encuentras elementos que, por tu estado de ánimo o por el motivo que fuera, no te resultaron atractivos. No sé el tiempo que tardé en volver a ver Historias del Kronen. Quizá me animó a ello lo mucho que me gustó otra adaptación de Mañas, Mensaka, esa sí, la consideré una historia cargada de matices, con personajes muy ricos. Curiosamente, he leído ambas novelas y apenas reconocí en ellas, reducidas a una mera anécdota en la que apenas aprecié valor literario, el valioso material e intenciones que sí he percibido en sus adaptaciones cinematográficas (las dos películas, tan hermanadas a priori, y tan distintas). En el caso del film de Montxo Armendáriz, me resulta curioso cómo la fascinación se produce en mí una y otra vez con cada visión, sin que pueda encontrar apenas defectos para la historia que creo que se quiso contar. Me resulta fascinante este retrato generacional feroz que se hace en la película, encabezado por un protagonista cuyas frases de cabecera ("el mañana no existe", "la amistad es para los débiles") y actitud chulesca y de un social-darwinismo de andar por casa no tienen desperdicio. Se subraya una y otra vez la ausencia de valores de este cabecilla de un grupo de chavales que deambulan por la noche madrileña (sexo, drogas y alcohol por doquier) y no creo que se desee quitar ni un ápice de responsabilidad a un individuo fuerte e inteligente y que ejerce su libre voluntad, pero se deja claro el marco donde se ha creado y actúa este tipo: una familia burguesa, donde la comunicación brilla por su ausencia y el consentimiento o el mirar hacia otro lado es un hecho cotidiano ("nos jugamos la vida porque no nos dejáis hace otra cosa", le reprocha Carlos a su padre, no sé si manifestando una queja o una reivindicación demasiado retórica), y una realidad social y política en la que la corrupción y el crimen se repiten en los telediarios. Solo el personaje del abuelo, al que se adivina antiguo militante de alguna actividad política, actúa de contrapeso y ejerce alguna influencia sobre el protagonista. Es ese abuelo, cuyo precepto para mantener la verdad en cualquier situación (imperativo categórico tan sencillo como necesario en el mundo en que vivimos) terminará por despertar algo en un chaval que se aclara finalmente que no es el más miserable de la película (la cobardía y falsedad del personaje de Jordi Mollá configuran un arquetipo quizás más reconocible que la maldad pura del líder interpretado por Juan Diego Botto). Son estos dos personajes, de familias acomodadas, los más nefastos en el conjunto de la historia. El resto son o chavales que deben buscarse la vida (aunque sus motivaciones sean similares, la responsabilidad o ausencia de tiempo de ocio les impide hacer demasiado el estúpido) o jóvenes de carácter más débil que sufren el abuso y las frustraciones de otros. Una curiosidad, frente al fatal desenlace de una historia condenada a ello de antemano, es la reinvidicación creativa que ejerce la música (de manera más evidente en Mensaka). En ella, se manifiestan los deseos de la juventud de no formar un engranaje más de la sociedad, pero sin ningún asomo de revolución social. Lo desesperanzador de esta película es que muestra los síntomas de una sociedad enferma, pero no da pistas de su curación (tampoco era su objetivo).

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domingo, abril 13, 2008


Ahora que tengo oportunidad de volver a disfrutar de algunos episodios de la mítica serie Alfred Hitchcock presenta..., conviene saber un poco más de ella. En 1955, año de comienzo del programa (que duraría siete temporadas), el gran director británico había conseguido la ciudadanía norteamericana, y acababa también la personal y fuera de lo común película The Trouble with Harry (Pero, ¿quién mató a Harry?). Se puede decir que esta obra, una de sus pocas comedias, en la que un grupo de personas se encuentra con un cadaver y todas ellas piensan que lo han matado, marcaría el tono de la serie con lo que el denominó "humor macabro", muy propio de la cultura británica por otra parte. Aquella película fue un fracaso de taquilla y, sin embargo, el primer episodio de Alfred Hitchcock presenta... (uno de los mejores, Revenge, dirigido por el maestro) atrajo ya a millones de televidentes. Eran muchos los atractivos de programa: los originales y muy sarcásticos comentarios iniciales del propio Hitchcock, el mencionado humor negro, los eufemismos, el tono transgresor, la sorpresa final... La serie se convirtió en toda una institución, multiplicando la popularidad de Hitchcock y su cuenta económica. El realizador británico recuperó a su antigua colaboradora Joan Harrison, también erudita en la literatura de misterio y suspense, que intervino activamente en la selección de relatos revisando todo tipo de material existente. Años más tarde, Gordon Hessler y Norman Lloyd realizarían una labor similar a la de Harrison. Este equipo, muy británico, prefería argumentos protagonizados por gente corriente que se ve envuelta en hechos extraordinarios (como el asesinato). A pesar de que Hitch consideraba su labor televisiva como una especie de vacaciones o "novillos" de su quehacer cinematográfico, hay que aclarar la excelente organización que existía en el rodaje de los episodios de la serie. Todos esos factores se notan en el resultado final, siendo la calidad de los episodios desigual, como es lógico dados los múltiples realizadores, pero con una nota habitualmente alta. Robert Stevens fue uno de los directores más prolíficos de Alfred Hitchcock presenta... y el único en obtener un premio Emmy por ella. La elección de los escritores también se realizaba con gran cuidado, optando por guionistas experimentados muchas veces, pero también dando oportunidades a novatos como Henry Slesar, que se acabaría convirtiendo en uno de los escritores más habituales del programa. La conocida música de los títulos iniciales fue seleccionada por el propio Hitchcock, una pieza clásica de Gounod llamada Marcha fúnebre de una marioneta, que sería en el futuro conocida como el "tema de Hitchcock" inevitablemente asociada a la silueta del director que sirvió de logotipo de la serie (y que, por cierto, dibujó él mismo). Las composiciones musicales eran también muy importantes en el programa, y el sindicato consiguió que, frente a la llamada "música fácil" constituida por pequeñas partituras colocadas en el momento apropiado, al menos los trece primeros episodios de cada temporada tuvieran que ser orquestados por un compositor (en el resto, se usaba el método "fácil"). Dado el tono de la inmensa mayoría de los episodios, escasamente moralizante, y los comentarios irónicos del propio Hitchcock, no puedo evitar pensar que el director sentía más simpatía por los criminales que por la ley. El hecho de que el programa concluyera habitualmente con un giro brusco hacía que muchas veces el culpable no fuera aparentemente castigado. Ello inflingía los principios del Motion Picture Production Code (para cine y televisión) y la política de la Bureau of Standards and Practices (oficina de la propia televisión). De haber creado un artificioso final adecuado a esos principios, se hubiera sacrificado el espíritu de la serie. La solución demuestra el ingenio de los artífices de la serie y la estupidez de cualquier censura: el director aparecía al final con un breve comentario que aclaraba que, finalmente, capturaban al culpable (naturalmente, con un sarcasmo no apto para cretinos).

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sábado, abril 12, 2008


Hay quien me viene a acusar de algo así como "infantilismo" por ir a ver una peli como El territorio de la bestia (Rogue, en su título original). No veo yo cuál es el problema para ver un film de la temática que sea si tiene el interés suficiente (el cine es tantas cosas, que reducirlo a una sola es pobre y eso sí que me da pánico). Sí, se trata de una monster movie, que tantos disgustos da al género, pero que crea el suspense suficiente (especialmente, en la primera parte: música étnica y alguna pintada inquietantes), se aprovecha muy bien del inhóspito paisaje australiano, no abusa de los perversos efectos digitales, va directamente al grano cuando tiene que ir y está bien interpretada y realizada en general. Además, los personajes no tienen un encefalograma plano, ni son todos "guapísimos de la muerte", ni existen buenos e inicuos sin más. Creo que poco más se puede pedir a una película que sigue, por otra parte, los cánones del género y cuya absoluta falta de pretensiones (solo alguna reflexión sobre la incursión del hombre en el hábitat del animal protagonista, pero que no va muy lejos) se convierte casi en virtud. Muchos peros le veo yo a la coherencia de la lucha final entre hombre y bestia, pero si hemos convertido en mítico el alarido "¡Sonríe, hijo de puta!" del recientemente fallecido Roy Scheider, pues eso, alguna licencia habrá que tomarse. El guión de Rogue no es como para echar cohetes (me gustó lo de "viajar esta sobrevalorado"), con alguna incoherencia que no molesta demasiado, pero es que tampoco se necesitan muchos alardes literarios para una película, sobria en el fondo, que no engaña a nadie. Es una lástima que, de nuevo, no podamos ver está película con su sonido original (imagino que en toda España) y se tenga que soportar obligatoriamente el mutilador y cada vez más insufrible doblaje. Como curiosidad, hablar de la presencia en el reparto de Radha Mitchell, aquella Melinda de la deliciosa película de Woody Allen. El director de Rogue, el australiano Greag Mclean, parece que es bastante popular por Wolf Creek (2005), film con cierto prestigio, pero que creo que tampoco es que renovara precisamente los esquemas del género de terror (vertiente matarife rural tipo La matanza de Texas). Ya digo, me gusta sin demasiadas alabanzas El territorio de la bestia, comercial título español (que no creo que reivindique a un animal que hace lo que tiene que hacer en su espacio natural), que convierte en un enigma el nombre original de la película. "Rogue" significa algo así como "pícaro", "bribón" o "deshonesto", y también se trata de un elefante que se aparta de la manada (quiza se extiende esta última acepción a cualquier otro animal). Claro que si el título utiliza su primera acepción para referirse al hombre me parecería muy cachondo. Es el único animal con capacidad para no ser honesto.

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viernes, abril 11, 2008

A raíz del estreno de la muy interesante Todos estamos invitados, de Manuel Gutiérrez Aragón, conviene echar un vistazo a cómo ha tratado el cine la banda terrorista ETA. La muerte del penúltimo presidente del gobierno franquista Carrero Blanco fue recogida en primer lugar por Comando Txikia. Muerte de un presidente (1977, José Luis Madrid), considerada más bien flojita (la presencia en el reparto de Juan Luis Galiardo y Paul Naschy dan algunas pistas del producto), oportunista, aunque muy polémica en su momento debido a las amenazas de grupos de ultraderecha (desconozco de qué hace apología el film, si es que hace de algo). La siguiente película en abordar el atentado de Carrero Blanco fue la apologética (me chirrían alguna proclamas étnicas de los terroristas) y casi documental Operación Ogro (Gillo Pontecorvo, 1979). Varias películas de Imanol Uribe se acercan al tema: El proceso de Burgos (1979), La Fuga de Segovia (1981) (los títulos de ambas películas hablan ya de por dónde van los tiros, nunca mejor dicho); me gusta especialmente La muerte de Mikel (1983), sobre la imposibilidad de vivir líbremente de un homosexual en el entorno nacionalista, me parece impagable cómo se retrata ese reaccionario mundo; se considera que en la estimable Días Contados (1984) trató de humanizarse a los terroristas, cosa que me parece una tontería notable, ya que el hecho de enamorarse y follar no está reñido, desgraciadamente, con matar a tus semejantes (hay que recordar que en la novela homónima de Juan Madrid el personaje central es un simple fotógrafo y ni hay terroristas ni nada). Otro que toca el asunto en varias películas es el siempre reivindicable Mario Camus: en La Rusa (1987) lo hace de manera indirecta y en la no muy conocida Sombras en una batalla (1993) se atreve a hablar del enamoramiento entre una ex-etarra (una Carmen Maura siempre correcta, pero algo increíble) y un ex-gal; otra buena película del director cántabro es La Playa de los Galgos (2002), donde se habla de manera emotiva de las consecuencias de la violencia. Otra película controvertida y muy mal distribuida fue Ander eta Yul (1989, Ana Díez), que no gustó ni a nacionalistas vascos ni a españolistas y que a mí me parece cojonuda; la antigua amistad entre un traficante de drogas y un terrorista abertzale sirve para contar de manera feroz cómo la banda terrorista se considera "el único Estado y la única policía" (línea de diálogo del guión que lo dice todo). Daniel Calparsoro parece que contó la mismo película de siempre, con ETA de telón de fondo, en A ciegas (1997); naturalmente, la protagonista era Najwa Nimri. En la correcta Yoyes (2000, Helena Taberna) se cuenta cómo acaba la banda con sus voces críticas, cuando le señalan los "medios fascistas y estalinistas" que emplea. La postmodernidad nos ha traído algo como El Lobo (2004, Miguel Courtois), donde trata de idealizarse a alguien que probablemente fue poco más que un chivato (está producido por la división audiovisual de El Mundo, cuya búsqueda de sensacionalismo no tiene límites). Varios documentales de calidad hablan centralmente del conflicto vasco o de los asesinos de ETA y sus víctimas; Trece entre mil (2005, Iñaki Arteta Orbea) da voz a las víctimas, La pelota vasca (2003, Julio Medem) da voz a todo cristo o Asesinato en febrero (2001, Eterio Ortega), que habla del asesinato de Fernando Buesa y de su escolta. Me dejaré bastantes películas en el tintero, las cuales no he visto o no conozco. Espero que se escriban muchos más guiones que hablen directamente, y de manera seria y analítica, de la banda terrorista ETA, sin estúpidas y muchas veces interesadas polémicas. Para mí, es también una forma de combatir y desmitificar el terrorismo.

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miércoles, abril 09, 2008


La popularidad, hoy en día, del escritor y dibujante de cómics Frank Miller (y parece que ahora también director de cine, si es que la adaptación que se hizo de Sin City se puede considerar una película) quizá ha hecho que se edite un tebeo (o novela gráfica, como le dicen ahora) que trata de adaptar lo que no le dejaron hacer en su momento con la secuela de Robocop. Allá por el año 1987, los que acabábamos de leer el magistral The Dark Knight (donde reinventaba el personaje de Batman y exploraba unos cauces absolutamente transgresores en el bizarro género de superhéroes) pudimos ver cómo se estrenaba una fascinante película de ciencia ficción que recordaba en muchos aspectos el cómic de Miller. No pudo ser casualidad que el guionista fuera contratado para la secuela de la película de Verhoeven, dirigida por Irvin Kershner (que ya dirigió la segunda entrega de cierta saga galáctica, considerada por muchos superior a la original). La segunda entrega de Robocop resultó más bien decepcionante, inferior a su predecesora, aunque supo seguir explotando las buenas ideas de la saga: la absoluta corrupción capitalista (la gran compañía responsable de la tecnología policial, pero también de todos los sectores para el consumidor, va a comprar la ciudad de Detroit, absolutamente endeudada), la definitiva degradación moral de la sociedad debido a la miseria de un futuro cercano a la distopía (Miller se atreve a presentar a críos como delincuentes e incluso dirigentes del crimen organizado, pero quiero ver una puerta a la esperanza al dibujar un contexto amoral), la vinculación del poder con el mismo crimen organizado y un sistema económico que ha llevado a gran parte de la ciudadanía a la pobreza (un impagable diálogo entre delincuentes, los cuales se quejan de la escasez de su botín, alude a que la mejor forma de robar es la libre empresa), la utilización de la droga para mantener domesticadas a las personas... El personaje de Robocop quizá pudiera haber sido creado como un mero divertimento, y muchos pueden considerarlo como simple apología policial, pero la buena mano del guionista Edward Neumeier (responsable también de otra película de Verhoeven, esa maravilla satírica llamada Starship Troopers, que partía de una base literaria más bien fascista) supo otorgar de profundidad al personaje y al futuro donde actúa. No sé lo que quedó de Neumeier (que parece que también escribió su propia versión de la secuela) y lo que hay de Miller en Robocop 2, pero el resultado es bastante estimable si lo comparamos con el cómic publicado recientemente, Robocop's Frank Miller, que utiliza como reclamo la censura de Hollywood, que me ha resultado confuso y carente de ideas. Como descargo del genial escritor y dibujante de Ronin o 300, diré que la supuesta adaptación del material original la han hecho otros.

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martes, abril 08, 2008

Cine de altura el de la directora y escritora Tamara Jenkins con La familia Savages (o The Savages). Los títulos de credito finales informan de que Alexander Payne es uno de los productores ejecutivos y entiendo que la película que acabo de contemplar tiene mucho que ver con el universo del genial autor de películas irreverentes y corrosivas, pero también profundamente humanas, como Election, A propósito de Schmidt o Entre copas. Una premisa argumental tan sencilla como la de dos hermanos que deben ocuparse de un padre envejecido, al que parecen deber multitud de traumas, cobra mágica vida en la gran pantalla gracias al delicioso guión de Jenkins, lleno de un humor negro y extraño, y a grandes actores como Philiph Bosco, Laura Linney o Philiph Seymour Hoffman, que ya nada tienen que demostrar. Parece que el productor Ted Hope, impresionado por el trabajo anterior de esta mujer, Slums of Beverly Hills -obra ya de culto, me parece que inédita por estos lares-, le dio carta blanca para su siguiente trabajo siempre que tuviera humor. Quizá ese hombre de negocios no se pudo imaginar cómo combinaría tan bien drama y comedia, aunque no definiría yo así este film, donde se abre paso un humor a través de la tragedia casi sin pretenderlo. No parece haber ningún artificio en esta sencilla y emotiva película, se suceden las secuencias memorables y se respeta la inteligencia del espectador, provocando que reconozcamos nuestra triste condición de clase media y que acabemos riéndonos y superando cualquier trauma que llevemos a cuestas. A ello ayuda ese inspirado y sorpresivo final que invita a aferrarse con fuerza a la vida a traves de actos heroicos en su humanidad. Me viene a la memoria aquella frase de la gran película de Ken Loach, Riff-Raff, en que un obrero de condición precaria confiesa no tener tiempo para deprimirse ya que "eso es para la clase media". Lo social está muy presente en esta película, sin ninguna necesidad de hacer énfasis en ninguna cuestión, sugiriendo más bien, mostrando las miserias humanas y también sus consecuencias, y provocando la reflexión sobre temas vitales como la asunción de las propias limitaciones o la madurez. Jenkins ha manifestado que su intención no ha sido solo mostrar cómo enfrentarse a la muerte, sino también el vivir la vida, aunque sea de la más pequeña de las maneras (la cuestión es quién puede juzgar eso).

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lunes, abril 07, 2008

Ahora hay cierta tendencia a acusar de demagogo a Michael Moore. Sin embargo, al margen de sus formas sean más o menos afortunadas o sensacionalistas, la tesis que defiende en Bowling for Columbine -que s lo auténticamente importante- me sigue pareciendo muy interesante, al menos para reflexionar un poquillo, digo yo, sobre el modelo de sociedad que tenemos. Si la imagen del fallecido Charlton Heston en el documental de Moore es patética, creo que la mayor parte de la culpa la tiene él mismo y su defensa de un "derecho" anacrónico -el de la segunda enmienda- y su voluntaria ignorancia ante la realidad que supone el libre comercio de armas en su país. No sé si Heston fue siempre un facha redomado -dicen también que no, que en su juventud apoyó el movimiento por los derechos civiles-, tampoco si lo fueron John Ford o John Wayne, sé que fueron personas de un gran talento cinematográfico que escribieron grandes momentos de la historia del cine. En mi memoria, más o menos cinéfila, están momentos como el de su feroz paliza con un Gregory Peck modélico en Horizontes de Grandeza (¡qué película de un director no lo suficientemente valorado como Wyler!) Que el cada vez más sensacionalista diario El Mundo haga hincapié hoy en la controversia, por encima de la faceta meramente cinematográfica del personaje (donde vemos también que interpretó o produjo películas que reflejan la estupidez armamentística o nacionalista como la mítica El planeta de los simios), me parece sencillamente mezquino. Curiosamente, y ya en su madurez, se convirtió en un icono del cine de ciencia-ficción con el mencionado título de Franklin J. Shaffner y otros films del género con base literaria enjundiosa como El último hombre vivo (qué pena de versión de la gran novela de Matheson, aunque al lado de la reciente de Francis Lawrence es casi una maravilla) o Cuando el destino nos alcance. Como titula el más ecuánime diario El País, Heston ha sido un actor de leyenda que otorgo credibilidad a grandes papeles en grandes películas. No es que su integrismo político y religioso -que le llevo a aceptar su Alzhéimer como un mal casi bíblico- me dé igual, sino que creo que sus grandezas o miserias personales deberían quedar en un segundo plano si de lo que hablamos es de cine. O, al menos, contar las cosas como son. John Charles Carter (nombre real de Heston) fue, tal vez, producto de un poderoso país con múltiples contradicciones. Si depredadores hambrientos de poder como John McCain consideran a Heston como "un gran líder" o el director de la NRA le llama "gran patriota" lo único que hace es ver el mundo en que vivimos.

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domingo, abril 06, 2008

Tengo una encendida polémica, ayudada por alguna que otra copa, sobre en qué medio los intérpretes demuestran su auténtica valía. Ante la afirmación de que "un actor demuestra su calidad en el teatro", me revuelvo, no por querer defender el cine, por no tenerlo del todo claro. Lo hilarante del asunto es que creo que la discusión está motivada por una defensa que hago nada menos que de José Coronado -y el deseo de ver Todos estamos invitados, última película de Gutiérrez Aragón, que protagoniza-. Coronado, para mí, parece haber tenido una evolución más que interesante, regalándonos estimables interpretaciones en buenas películas de los útlimos años como La caja 507 -un papel muy, muy complicado-, La vida mancha o La distancia. Sí, el desprestigio del actor es notable, en gran parte por su curriculum televisimo -y no sé si también por su vida personal, creo que aparece bastante en los medios-, pero ya digo que yo le juzgo por su trabajo actual. En cualquier caso, hay que ser bastante bruto para tener la oportunidad de trabajar durante tantos años en diferentes medios y no ser capaz de aprender. ¡Si hasta alguien tan nefasto como Alec Baldwin acaba teniendo alguna buena interpretación! Volviendo al asunto de la polémica, no tengo tan claro si un buen actor lo demuestra mejor en la escena teatral, lo que si sé es que la fragmentación desordenada que supone la realización cinematográfica es nefasta para interiorizar un personaje, por lo que el trabajo del intérprete se complica y puede ser por ello muy valorable. Se ha dicho que Ken Loach rueda sus película de manera cronológica en aras de una mayor verosimilitud, pero no creo que ello sea posible del todo y requiere mucho esfuerzo y coste para el equipo técnico. Disfruto mucho del teatro, pero es cierto que demasiado a menudo parecen sobreactuados los actores, quizá por ello la "declamación" tenga varias acepciones: es tanto el arte de decir o recitar en el teatro, como un discurso pronunciado con demasiado calor y vehemencia. Fernando Fernán Gómez acabó abandonando el teatro, hastiado del comportamiento de cierto público, y dijo de manera brillante y divertida: "Lo dejo porque no me gusta que me miren cuando estoy trabajando". Me quedo con aquella secuencia de la obra maestra -en todas su versiones, radiofónica, teatral o cinematográfica- de Fernán Gómez, El viaje a ninguna parte, en la que el viejo cómico de teatro es incapaz de interpretar en una película, donde se pide sobriedad y contención y él no puede evitar gesticular y exagerar el tono, una miserable frase sin importancia. Recientemente, en la llamada Noche de los Teatros de Madrid, tuve oportunidad de disfrutar de un emotivo espectáculo teatral, dirigido por Emma Cohen, que recogía algunos momentos de la obra. El escritor de la obra ya había desaparecido y el actor que lo substituía en el papel del viejo cómico arrancó las risas del público en la secuencia que he descrito. Sin embargo, Fernán Gómez lo hizo mejor en la gran pantalla.

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No soy un gran amante de las películas orientales de época, temática muy prolífica en los últimos años. Me revuelvo inquieto en la butaca y me aburro soberanamente, todo esto como no me había ocurrido en mucho tiempo -también hay que decir que quizá no era mi mejor momento para ver un film como éste-, con Love and honor, de un veterano director japonés llamado Yôji Yamada. Parece que se trata de la última película de una trilogía que también forman El ocaso del samurai y The Hidden Blade, participantes todas ellas en distintas ediciones de la Berlinale. Los buenos sentimientos que desprende la obra, el preciosismo de algunas escenas y la inspirada escena del duelo no compensan el profundo aburrimiento que provoca la mayor parte del metraje. El guión está basada en la novela de Shuuhei Fujisawa, la cual seguro que tiene más enjundia que esta película reducida prácticamente a una anécdota. El estatismo (no siempre bello) y la sobriedad del film, que creo que han sido considerados una virtud, son para mí un lastre en este caso, casi se echa de menos el movimiento, barroquismo o las grandes coreografías de otras películas donde la historia es también mínima. No se trata de desdeñar el cine intimista y reflexivo en beneficio de la acción, lo que digo es que no creo que se haya sabido otorgar de profundidad a la mencionada anécdota -por muy dramática y vital que sea-. No creo tampoco que los personajes estén muy bien trazados, reducidos casi, casi a lo esquemático. Esta obra, como tantas otras, se enmarca dentro de la época de declive de los samurais, pero no me queda claro cómo pasan los personajes de estar condicionados por la tradición y el honor a poder transgredirlos gracias a sus buenos sentimientos. Está muy bien que se cuestionen unos códigos que obligaban a las personas a suicidarse o a matar a otras, pero la forma de hacerlo en Love and Honor me parece simplista y artificiosa.

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viernes, abril 04, 2008

Acabo de terminar la novela de Cormac McCarthy La carretera y no tengo demasiadas esperanzas sobre la adaptación cinematográfica. Su trama post-apocalíptica, desposeída de todo lo que de "políticamente incorrecta" tiene, va a dar lugar, me da la impresión, a otra vulgarización tipo Soy leyenda made in Hollywood. El propósito de McCarthy es reflexionar sobre la condición humana (sin que haya una respuesta clara al respecto, no voy a entrar aquí en maniqueísmos "hobbesianos" o "rousseaunianos") y sobre temas presuntamente trascendentes, convertidos en "nada" al irse al garete la civilización y convertirse la vida en una desesperanzadora lucha diaria por la supervivencia. Padre e hijo, así sin nombres propios, se convierten respectivamente en símbolos del pragmatismo, a veces deshumanizado, y de la compasión, tal vez algo excesiva en un crío que ha crecido en un entorno tan hostil y truculento. Me gustó la novela. A pesar de su brevedad y de su atractivo, que tiene múltiples enfoques, no resulta tan fácil de leer como parece, debido a un manejo del lenguaje exquisito (muy técnico a veces) y a lo ambicioso y ambiguo de sus intenciones. Ese Dios tan mencionado, el mito prometeico del "fuego" o la existencia de un bando "bueno" en los supervivientes son mentiras más o menos retóricas que mantienen esperanzada la mente ingenua del hijo. No creo que todos estos ingredientes se consideren atractivos para el gran público (con todo mi respeto para el gran público, solo trato de meterme en la cabeza de los que planifican el cine de consumo de masas) en la adaptación que ha hecho John Hillcoat, con guión adaptado por Joe Penhall. Esperemos que haya una sincera motivación de respetar el material literario de MacCarthy, aunque la puesta en marcha de otras dos adaptaciones de novelas de este hombre hace temer que el asunto esté originado en el éxito de No es país para viejos y en la desesperada búsqueda "hollywoodiana" por buscar material para sus historias. Por cierto, aunque no resulte muy popular decirlo, creo que la fallida película de los Coen pecaba de algo parecido a lo que temo que puede ocurrir con La carretera, insistencia en la estética y en los aspectos más "comerciales" de la historia (me refiero a secuencias de suspense y acción, que pueden ser estupendas, por supuesto) y pérdida de la hondura y reflexión muy presente en los libros de MacCarthy. Pero, bueno, siempre es bienvenido que se busquen adaptaciones de escritores de altura y se deje a un lado tanta secuela, tanto remake y tanto superhéroe.

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miércoles, abril 02, 2008

A raíz de la "polémica" en la entrada anterior, con el falso o real Boyero, me vienen a la mente otras películas que quizá hayan pretendido ser críticas sin mostrarlo demasiado y causando una fuerte polémica. Charles Bronson, después hacer mucha televisión y de trabajar en muy buen cine a las órdenes de gente como Sturges o Aldrich, se convirtió en todo un icono del cine moderno de acción, vertiente "fascistilla", con El justiciero de la ciudad (Death Wish, Michael Winner, 1974). Dicha película estaba basada en una novela de Brian Garfield, en la que un pacífico arquitecto neoyorquino pierde a su mujer, y su hija queda gravemente afectada, en una brutal agresión por parte de unos sicópatas de mala muerte. Ante la falta de efectividad de la ley, el individuo, que fue nada menos que objetor de conciencia en un conflicto bélico -este dato es tan flagrante, que resulta ya sospechoso-, se convierte en un vengador urbano que acaba a sangre fría con toda suerte de delincuentes (muchos de ellos de baja estopa, sin que los asesinos de su mujer sean jamás castigados). Los índices de delincuencia bajan notablemente en la ciudad y se genera cierto debate entre la opinión pública. Uno de los diálogos más hilarantes es aquel que acusa de racista al justiciero, al asesinar a más delincuentes negros, y la defensa esgrimida es que al haber más criminales de esa raza nunca podrá haber paridad. También se da cierta reflexión sobre el derecho americano a portar armas, el protagonista, pensando en la cobardía, pregunta a su hijo acerca del calificativo que se le dará a un hombre que huye ante una agresión y es contestado con algo así como "tal vez civilizado". El sistema, consciente de lo útil del justiciero, pero viendo peligrar los poderes establecidos, se limitará a desterrar a Bronson, el cual en una escena final también irrisoria muestra que continuará su trabajo vengador en otra ciudad. Se puede considerar a esta película como una de las fundacionales de un género de acción urbana, sin problemas de conciencia ante las actitudes fascistas de sus protagonistas. La duda que me queda es la intencionalidad de los responsables de este primer film de Winner sobre el arquitecto vengador Paul Kersey. Casi un insulto resulta emparentar a la película anterior con Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), pero al margen de la calidad, Scorsese deja bien clara la salud mental del tipo que decide tomar venganza o "hacer el bien" (en su forma bíblica de entenderlo, cabe la posibilidad de que una gran lluvia acabe con chorizos, prostitutas y homosexuales) y que es un producto de una sociedad enferma. El hecho de que el Travis Bickle salga también bien parado ante la ley, después de acabar con varios chulos y traficantes, nos dice por dónde van los tiros. Mad max (George Miller, 1979) es otra película casi inaugural de un genero post-apocalíptico y en ella vemos de nuevo como un ex-madero decide tomar la justicia por su mano ante los asesinos de su mujer y de su hija. Sin embargo, el propio título alude ya a un individuo que ha enloquecido y se deja claro en esta hábil película que "polizontes" y criminales se alimentan mutuamente. Otra polémica reciente es la de La extraña que hay en mí (The Brave One, 2007), cuya conexión con Taxi Driver es la presencia de Jodie Foster y similar argumentalmente (algo más compleja, son otros tiempos) a El justiciero de la ciudad. El estar dirigida por alguien tan poco sospechoso como Neil Jordan supone una mayor confusión, a la que se une un final muy, muy controvertido. ¿Intenciones? Quiero pensar que se deseó generar debate sobre la delincuencia y la sociedad en que vivimos, pero creo que si la hubiera dirigido cualquier otro la tildaríamos claramente de fascista.