sábado, mayo 31, 2008

Llevo tiempo sin escribir aquí, dedicado a otros menesteres y a otras escrituras. Pienso sinceramente que no aportaban demasiado las entradas de un blog con un título demasiado ambicioso y unas intenciones que tal vez escapaban a mi modesta capacidad: desmenuzar, desde un punto de vista muy personal, las ideas que se esconden en las películas. Esto es lo reivindicable para mí, que todas las obras fílmicas esconden ideas, valores de diversa índole, intencionalidades políticas -o al menos reflejo de su tiempo-...; detrás de la idea de "mero entretenimiento", no hay más que un reduccionismo pueril, unos muy malos tiempos para la reflexíon filosófica. No creo, por supuesto, que todo esto que estoy diciendo esté reñido con la diversión delante de una gran pantalla, con el espectáculo, pero sí consideró el cine como arte (elevación de los sentidos para el espectador). Naturalmente, habrá muchas obras que estén subordinadas a cuestiones meramente comerciales y espectaculares, otra forma de limitarse, ya que esos parámetros comerciales son algo abstracto para mí, pero rara vez podrán estar exentas las artes narrativas y escenográficas (y en el cine confluye todo) de aquello que digo. Vamos, eso es lo que yo opino. Las acusaciones de "politización" también me parecen mediocres y reduccionistas, todo tiene una lectura política y el arte también. En fin.

Lo que sí hago es ir al cine con cierta frecuencia. No está la cartelera madrileña para muchas alegrías, no he visto nada auténticamente memorable. Otro problema para los que somos tan exigentes, la insatisfacción continua, va a ser lo mío de terapia. Es broma.

Casual Day me pareció una buena película. Tiene una historia muy concreta que contar, buenos actores (aunque Juan Diego está de nuevo algo excesivo y Luis Tosar pide a gritos un papel amable en una comedia) y una más que correcta factura. Para todos aquellos que disfrutaron con Smoking Room, esta película está muy emparentada (mucho más que con la artificiosa El método -muy superior la obra de teatro original-, con la que también se ha comparado). Los personajes caen algo en el estereotipo y las situaciones resultan convencionales, pero ya digo que se tiene tan claro lo que se está narrando que la cosa funciona. Todo lo que sea ahondar en estos tiempos de mezquindad y cobardía laboral, traiciones continuas a uno mismo e hipotecarse la vida en aras de la seguridad o comodidad bienvenido sea.
Siempre se espera mucho del ya octegenario Sidney Lumet (bendita sea su capacidad para seguir currando) y lamento decir que me pareció muy fallida su Antes de que el diablo sepas que has muerto. En esta película no creo que estén bien trazados los personajes y no está claro el conflicto de cada uno de ellos más allá de la anécdota (crisis económica, mala suerte, estupidez, adicción, corrupción...). Marisa Tomei es una actriz limitadita, que tampoco es tan atractiva físicamente como para estar enseñando sus gracias en tantas películas olvidables, Ethan Hawke es otro que tal, con cara perpetua de no saber dónde está el profesor Keating, y Philiph Seymour Hoffman es un buen actor al que ya le está apareciendo algún que otro tic. Albert Finney, padre de la función, está espeluznante en su papel (no sé si es el papel o es él). Si se hubiera profundizado un poquito más en esa familia que se adivina llena de mezquindades (esa hermana, que se intuye hipócritamente correcta y fanática religiosa, que apenas aparece). Ah, y la fragmentación narrativa (que no invento Tarantino) no está mal, pero... ¿aporta algo más allá de salirse de lo habitual?
Un poco de chocolate es otra película española con buenas actores y una de las cosas más malas que recuerdo en mucho tiempo. Se ha tachado el film de vitalista (se habla del Alzheimer, o de una enfermedad similar), pero no es más que una sucesión de anécdotas sin importancia, aburridas y mal hilvanadas. A modo de ejemplo, la deriva de la película le hace apelar en algún momento también a la memoria histórica y el personaje protagonista (Héctor Alterio) saca, sin venir mucho a cuento, un carnet de la CNT en el que se puede leer República de España. Hay que decir que tal documento no existió nunca.
Cambio radicalmente de tipo de cine. Siendo un chaval leí y me espeluzné con La niebla, de Stephen King. Cuando crecí un poco dejé de atender a un King cuyas historias se me quedaban cortas, aunque hay que decir lo bien que suelen quedar en la pantalla y los muchos buenos directores que han adaptado sus novelas. El "experto" en esas adaptaciones Frank Darabont (un tipo que dirigió Cadena perpetua se merece más oportunidades) ha decidido ahora adaptar aquella novela, de las pocas tal vez que quedaban sin versión fílmica. El resultado es más bien extraño, aunque con cierto atractivo y con un tramo final osado, negrísimo y que resulta un mazazo desconcertante para el espectador. La historia no daba para mucho, pero Darabont decide alternar las concesiones más ridículas a la comercialidad (la primera aparición de un monstruo resulta olvidable) con ciertos análisis de la naturaleza humana (más cercanos a Hobbes que a otros, con cierta ironía sobre la creación artificial y autoritaria de la política y de la religión) y de nuestra supuesta condición civilizada. La cosa funciona a medio gas: se alarga demasiado el fanatismo religioso, que va ganando adeptos ante la inexplicable crisis que escapa a toda visión racional; las intenciones son ambiguas (cosa que resulta tal vez una virtud en este tipo de historia), al mencionado integrismo religioso se une una denuncia de la investigación científica al servicio de lo militar (pero el argumento es tan ridículo, que poco queda de eso), de una racionalidad utilitarista, jurídica y escéptica (que tampoco va muy allá, en el personaje del abogado; por cierto, que este tipo de color convenza a los de su raza para que le sigan no sé si habría que analizarlo), y los monstruos resultan el despiporre de lo fantástico (no voy a desvelar de donde surgen, aunque parece claro desde el principio), con alguna secuencia sacada de Aliens. Merece la pena disfrutar de una gran actriz como Marcia Gay Harden, a la que suelen dar papeles de perturbada. Una curiosidad es que existe otra película con este título, dirigida por John Carpenter y sin nada que ver con King, con una utilización de la amenaza nebulosa mucho más inteligente y un argumento más solido (sobrenatural también, pero con unas ironía impagable). Al comienzo de esta película de Darabont, se ve en el estudio del protagonista, pintor de carteles de cine, un trabajo suyo para La cosa, otra buena película también de Carpenter. Tal vez sea un guiño cinéfilo y algo extraño.

lunes, mayo 12, 2008


Rififi (cuyo título original Du rififi chez les hommes, dirigida en 1955 por Jules Dassin, que realiza también con talento un papel en el film) figura, con todo merecimiento, entre los grandes títulos del género negro (en concreto, en el cine de atracos). Su complejidad y riqueza, la gran influencia que ejerció sobre el cine posterior, hace que sea una obra que brille con luz propia en la historia del género. Especialmente memorable es la secuencia (que dure tal vez más de 20 minutos) en la que realizan, con precisión matemática, sin diálogo alguno, el robo (por la técnica del butrón, aunque según me han dicho, durante un tiempo, dicho método se conoció en España como "hacer un rififí"). Después del éxito de la empresa, en una primera parte que funciona como un mecanismo de relojería, un último tramo de la película en la que se produce un trágico destino para los protagonistas supone que el codiciado botín sea casi un McGuffin hitckconiano. Los protagonistas, debido al descuido del gusto por las faldas de uno de los miembros de la banda (una especie de imperfección en un sistema aparentemente perfecto, que da lugar a la teoría del caos), personaje que interpreta el propio director con sentido de la ironía en principio y asumiendo su fatal destino después, serán víctimas de hampones rivales, que pretenden disfrutar de un botín que no se han trabajado. Y el espectador en ese punto está plenamente identificado con esa banda de "profesionales" que ha ejecutado un golpe maestro. Eso es precisamente lo que se ha alabado de esta gran obra, su capacidad para implicar al espectador convirtiéndole en un protagonista más. Tal vez, cierto moralismo, no demasiado molesto (comprensible también, ya que se producen víctimas colaterales en el mundo del crimen) es el punto más débil del film; un gran acierto desde mi punto de vista es que la policía apenas aparece durante el metraje, siendo únicamente una amenaza de la que se presume que el espectador es consciente. Junto a algunos títulos de Jacques Becker y de Jean Pierre Melville es una de las grandes obras que ha generado la cinematografía francesa. Como tantas veces, de un material literario discutible se realiza una maravilla cinematográfica. Truffaut dijo lo siguiente de Rififí: “...De la peor novela policíaca que jamás leí, Dassin hizo el mejor film de cine negro que jamás hubiese visto. Todo es inteligente: el guión, los diálogos, los decorados, la música... La dirección es un prodigio de recursos e inventivas. Dassin rueda el film en la calle bajo el viento y la lluvia, y descubre París a los franceses, igual que les descubrió Londres a los ingleses y Nueva York a los norteamericanos. Tras las sonrisas de los tres actores – el amargo Jean Servais, el luminoso Robert Manuel y el triste Jules Dassin, a pesar de sus toques de humor- adivinamos al cineasta; un hombre tierno, indulgente y amable capaz de contarnos una ennoblecedora historia de personajes perseguidos por su destino...”.

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domingo, mayo 11, 2008

Para los que crecimos leyendo tebeos de la Marvel, no deja de ser una curiosa vuelta a la niñez (reconstruida) la contemplación de las numerosas adaptaciones cinematográficas que esa compañía tiene en la actualidad (me parece que, incluso, ha sido salvada de la quiebra gracias a Hollywood). La indignante ausencia de ideas de los guionistas y las modernas posibilidades tecnológicas permiten trasladar fielmente el barroco universo superheróico a la pantalla. El imaginativo Stan Lee (creador de la mayoría de estos personajes), que hace divertidos cameos en todas y cada una de las adaptaciones, puede presumir de una cosa, los códigos que estableció en los años 60 para sus creaciones permanecen prácticamente intactos, casi medio siglo después, en sus versiones fílmicas actuales. Otro ejercicio nostálgico es recordar aquellas series televisivas de algunos de estos personajes, que, a diferencia de las películas de ahora, poco o nada tienen que ver con el material que les dio origen; un increíble Hulk con físico de culturista, más emparentado con programas tipo El fugitivo que con el cómic, o un hombre-araña que no pude contemplar en mi adolescencia (gran frustración, Peter Parker era mi héroe más identificable) al ser inédita la serie en nuestra televisión y estrenarse únicamente un par de largometrajes muy mal distribuidos. Era la época del Superman de Richard Donner (no sé si hace falta decirlo, pero el héroe kriptoniano pertenece a DC, la compañía rival de Marvel), quizá una de las adaptaciones más modélicas, con el equilibrio justo entre respeto al material fundacional y un leve tono paródico que compensaba aquellos códigos maniqueos, incapaces de sostenerse décadas después. Los personajes Marvel, posteriores a los planitos Superman o Batman, pretendían dar un enfoque más humano al universo superheróico. Spiderman era, en realidad, un adolescente con los problemas propios de su edad; los X-Men (llamados Patrulla-X por la añeja editorial Vértice) venían a ser un clandestino grupo de marginados por su condición de "freaks", por mucho que lucharan contra el mal; Los 4 fantásticos, como sabemos por sus actuales adaptaciones (muy "ligeritas" y por eso, tal vez, muy fieles al cómic) eran una familia que actuaba como tal... El superhombre extraterrestre, en aquellos tiempos, no parecía sufrir el paso del tiempo (cosa que sí ocurría en el universo Marvel) ni terminar de conquistar a su amada Lois (impagable la reflexión que hizo Tarantino en Kill Bill 2 sobre la identidad de Clark Kent), los tebeos del hombre murciélago parecían más preocupados por el contenido del cinturón del héroe, que le sacara de algún apuro, que por darle algo de humanidad al personaje. Tendrían que pasar bastantes años para que los cómics de la DC, con un universo tal vez más flexible debido a sus carencias y falta de coherencia, fueran capaces de reinterpretar sus personajes contando con grandes autores y aportando notables obras: es ya historia ese Batman, el señor de la noche de los 80, con un personaje crepuscular enloquecido situado en una Gotham decadente (producto de situaciones políticas y toda suerte de perversiones, que empiezan a aparecer en este tipo de historietas) enfrentado a un Superman convertido en una especie de supersoldado títere de un gobierno ultraconservador. Muchos aficionados al cómic sentimos que el muy cuidado y decepcionante Batman de Tim Burton no contara argumentalmente con un poquito del complejo material de Frank Miller. Pero en el siglo XXI las adaptaciones Marvel parecen ganar la partida a las de la DC (sin olvidar ese gran Batman Begins de Nolan, complejo e introspectivo al estilo Miller, y tirando a la basura el Superman Returns de Bryan Singer, convirtiendo al héroe en una irritante deidad). Iron Man creo que no fue uno de los personajes más relevantes ni carismáticos de los cómics marvelianos. Al menos para mí, un multimillonario todopoderoso que simplemente se ponía una armadura tenía menos atractivo que una ameba. Únicamente le recuerdo por su protagonismo continuo en la serie Los vengadores y ser objeto de la burla de algún cachondo personaje con apelativos del tipo "cabeza de lata". Sin embargo, como dije al principio, parece que los códigos de Stan Lee parecen intactos en esta cara producción protagonizada por un redimido Robert Downey Jr.: multimillonario dueño de una poderosa industria que fabrica, entre otras muchas cosas, alta tecnología armamentística, excéntrico, alcohólico (al menos, en la historieta, aquí se refleja algo el pecado, no por fabricar armas sino por ser un juerguista), es hecho prisionero por los malos (en los años 60, el vietcong, ahora un trasunto de Al-Qeda en Afganistán) y acaba adquiriendo responsabilidad (la frase favorita de Lee es "un gran poder requiere una gran...") construyendo una armadura hipertecnificada con la que se convertirá él en un superpolicía. La lectura es que fabricar armas para "preservar la libertad y la paz" no está mal, pero la cuestión es que pueden acabar cayendo en malas manos (que no son las del gobierno de Estados Unidos, por supuesto), por lo que es necesario concentrar el poder y la virtud en menos manos. Un argumento así, con excelentes actores como el ex-golfo Robert Downey o el aquí histriónico Jeff Bridges, podía haber dado lugar a una satira de aquí te espero. Desde que sufro algo así como el síndrome Starship Troopers, hago mal en esperar algo más de este tipo de producciones. La película, sin que tampoco se tome muy en serio a sí misma, no pasa de ser un divertimento discreto, correctamente realizado, y a veces irritante (la ambigua reflexión sobre la industria armamentística, la preocupación del fabricante cuando descubre que sus productos acaban matando "jovenes americanos", cuyas vidas todos sabemos que valen más que las de los de esos pueblos de no se sabe muy dónde). Tampoco se podía esperar mucho de un director con el curriculum de Jon Favreau. En fin, espero con ansiedad el nuevo Batman de Nolan (con un espeluznante y fallecido Heath Ledger como Joker), y tengo algo de curiosidad por el Hulk dirigido por Louis Leterrier, un especialista en un cine de acción tampoco demasiado atractivo la verdad, con un espectacular reparto, y donde este Tony Stark/ Iron Man interpretado por Downey Jr. hace un cameo, intentando tal vez darle coherencia a un universo cinematográfico en consonancia con el de su hermano de la historieta.

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miércoles, mayo 07, 2008

Después de la simpática Tapas, la nueva película de Corbacho y Cruz, Cobardes, es algo más que decepcionante. Y me explico. La película, además de bastante floja, es tremendamente pretenciosa, irritantemente pretenciosa. A pesar de lo que digan sus realizadores, se ha pretendido hacer un análisis exhaustivo sobre un tema tan importante que la cosa se queda en discreta a nivel cinematográfico y en casi ridícula a nivel social y humano. Lo que la película pretende, parece ser, es alejarse de todo maniqueísmo en los abusos escolares (que son extrapolabes a todo relación de dominación, como la película también quiere reflejar) y responsabilizar en gran medida a padres y al sistema educativo. Me parecen muy loables estos propósitos, con los que estoy de acuerdo a priori, pero es que, finalmente, el conflicto central y la solución propuesta (Corbacho y Cruz han insistido en que no han buscado dar respuestas, pero, señores, dados los elementos que manejan hubiera sido mejor tomar partido e ir al grano) se pierden en un mar de despropósitos. No sé sabe muy bien lo que te muestra la película (que no tiene que coincidir con lo que se defiende): si el ojo por ojo (al que no hay que confundir con la autodefensa), la resistencia (más o menos pasiva, que es lo que parece hacer el sosaina del protagonista, ya que su propósito es no caer en la delación) o la gran cagada final, que es una especie de táctica chantajista mafiosa (alentada por un personaje insignificante, el del dueño del restaurante, que es víctima del giro de guión más penoso que he visto en mucho tiempo) para buscar un equilibrio de fuerzas. La escena final (que no voy a revelar) es el magnífico colofón para una película que va de más a menos. Esa exposición de los hechos (pretenciosa, muy pretenciosa), según la cual todos podemos ser víctimas o verdugos, que merecería un análisis social mucho más severo y un talento superior, hace naufragar definitivamente el barco. Ese político (de derechas, of course) con convicciones, pero finalmente sumiso a la "disciplina de partido" (topicazo), o ese padre subordinado a una jerarquía laboral (como todo cristo, por otra parte) sirven de modelos a esos chavales abandonados a una especie de jungla escolar. Muy planito, todo muy planito. Y las madres, que parecen contar menos para sus hijos, no sé muy bien si por denuncia de un machismo social, peor aún. La una no se entera de nada y su conducta resulta indignante, interpretada por una Elvira Mínguez que hace lo que puede en el papelón que le ha tocado, y la otra, más consciente pero sin terminar de coger las riendas (un poquito más creíble resulta finalmente este personaje más conservador), le da vida una aplaudida Paz Padilla (con permanente cara de funeral). Los intérpretes adultos, en definitiva, no están mal, pero los adolescentes hubieran necesitado una dirección de actores un poquito más severa (el protagonista, el pobre, tiene menos carisma que una ameba). Por lo demás, la película ha contado con un presupuesto holgado y eso se nota por lo menos en su factura. El tema del abuso escolar (bullyng, termino inglés innecesario) merece un tratamiento más serio en la ficción cinematográfica.

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lunes, mayo 05, 2008

Ni siquiera de adolescente, he sido un gran admirador de las películas de Indiana Jones, y siempre he pensado que Spielberg no era mucho más que un buen director de serie B (venido a más, al contar con grandes presupuestos). Al igual que con la saga de Star Wars (la primera, la que vi de crío; de la moderna, se me escapa su atractivo, debido a tanta perversión digital), la concepción de En busca del arca pérdida y de su protagonista fue tremendamente habilidosa, poco o nada original, conjugando elementos provenientes de seriales de los años 30 y 40, la historietas pulp, y tomando influencias de héroes literarios o cinematográficos, como Allan Quatermain (Stewart Granger en Las minas del rey Salomón), Fred C. Dobbs (Humphrey Bogart en El tesoro de Sierra Madre) o el físicamente más evidente Harry Steele (interpretado por Charlton Heston en El secreto de los Incas). Un referente evidente de la cultura popular, no excesivamente conocido en nuestro país, es el de Doc Savage. Curiosamente, el genial escritor de cómics Alan Moore ha homenajeado, a su vez, de forma menos evidente y más personal, a este héroe en su obra Tom Strong; igualmente, el aventurero Quatermain aparecía en la genial La liga de los caballeros extraordinarios, pobremente llevada al cine a pesar de la interpretación del gran Sean Connery. El héroe cinematográfico interpretado por Harrison Ford (¡qué sería de esta saga sin este actor!) no termina de convencerme, me parece la artificiosa creación (insisto, tremendamente habilidosa) de dos tipos con el síndrome de Peter Pan, alargada (con habilidad) tras el tremendo éxito de la primera entrega (no solo en cine, en televisión y en libros, pienso que sin excesivo interés). Quizás el film que más me convenció es aquel del Templo Maldito, más oscuro y perverso, con un sentido del humor más negro y, tal vez por todo ello, más desconcertante para el gran público y menos apreciado. Echo de menos, en esta redefinición moderna del héroe clásica, un puntito más de nihilismo a lo Sam Peckinpah (o el Bogart de El tesoro de Sierra Madre, ya mencionado), menos moralina políticamente correcta (quizás, no lo pretenda a priori, pero es lo que subyace; ocurre en casi todo el cine de Spielberg). Por otra parte, y sigo generalizando en el cine del director de Tiburón (no quiero hablar al respecto de una serie de los 80 denominada Cuentos asombrosos, auténticamente vergonzante), la utilización facilona de elementos sobrenaturales (bíblicos, convertidos en infantiloides), como son el Arca de la Alianza o el Santo Grial, me resulta irritante; qué películas tan diferentes serían si estas excusas argumentales fueran una especie de McGuffin (elemento argumental que motiva a los protagonistas, pero que en realidad carece de relevancia; fue acuñado por Hitchcock, que lo empleaba con mano maestra).

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domingo, mayo 04, 2008

Wayne Wang es un director capaz de acertar de pleno, y regalarnos cine de altura, o de realizar películas auténticamete bochornosas. Es de agradecer que haya dado de nuevo en la diana con la bella Mil años de oración (basada en un relato de Yiyun Li, traducido como Mil años de buenos deseos). Durante poco más de 80 minutos el film nos cuenta, con golpes de humor cargados de humanidad, la visita que un anciano chino jubilado, comunista convencido, realiza a su hija en un pueblecito de Estados Unidos. Asistimos durante gran parte del metraje a la relación distante y misteriosa entre esas dos personas, a pesar de la insistencia del padre en interrogarse sobre las evidentes carencias de su hija. La película reposa, tal vez, sobre aguas tranquilas, pero no resulta lenta ni en absoluto pesada, debido en parte a su metraje; todo lo contrario, me resulta complicado buscar el más mínimo error en la escritura y realización de esta gran obra. La dramática incomunicación familiar encuentra su contrapeso en ese emotivo entendimiento que el extranjero protagonista realiza con personas de diferentes nacionalidades, hablantes de otras lenguas (y que, en algún caso, tienen ideas políticas antagónicas, como esa señora iraní, de la cual descubrimos su feroz anticomunismo con un simple gesto, que establece una impagable amistad con el anciano chino). La lengua es la protagonista en una increíble revelación que la hija realiza a su padre, acerca de la necesidad de aprender otro idioma cuando el tuyo de origen no te facilita expresar tus emociones (y te conviertes, tal vez, en otra persona). Sin embargo, esa renuncia de un personaje a sus orígenes (por motivos emocionales, y no tanto políticos), se mezcla enriquecedoramente con la simplista lectura que otras personas hacen de aquellos que vuelven "al infierno" (así califica la mujer persa el regreso de su marido a su país, o el propio marido de la hija, que ha reconstruido su vida en China). Yilan, así se llama la joven china (averiguamos su nombre en una explicación telefónica de su padre, sin que le arranque aparentemente la más mínima emoción), vive en una casa desordenada y casi árida, que dice mucho de su estado emocional, y que provoca la inquietud de su padre. Un padre que guarda sus propios secretos, sus propias miserias y mentiras, que es consciente de no haber sido un buen progenitor y que reclama, de nuevo en otra secuencia memorable, una segunda oportunidad (una egoísta forma de expiar sus culpas) a través del alumbramiento de una nueva vida. Ambos actores nos regalan interpretaciones elevadas, cargadas de matices, que ayudan enormemente a que el final sea grande, y no solo esperanzador. Me gustó mucho de esta película su enorme respeto hacia los seres humanos, sean cuales fueren sus ideas o al margen de los errores que hayan cometido; no hay subrayados acerca de ningún abandono de un "infierno" para mostrar la llegada a un "paraíso", no hay buenos y malos, ni siquiera en sentido emocional. Es una historia de simples seres humanos, también en toda su grandeza.

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jueves, mayo 01, 2008

Alan Moore ha vuelto a desvincularse de una adaptación de sus obras, en este caso de la gran Watchmen (¿hay algo en este escritor de cómics que no sea grande?). Después de despotricar sobre el primer guión que leyó para V de Vendetta (desconozco qué opinó de la posterior película que no llevó su nombre en los créditos, a mí me gusta bastante), ahora desconfía de la versión fílmica que Hayter y Snyder están haciendo de sus superhéroes delirantes (para quien no lo sepa, Moore dijo ya hace muchos años que para él un superhéroe es un fascista). Desde luego, los fotogramas que han visto la luz de la película tienen una pinta excelente, y los que flipamos en nuestra adolescencia con esa maravilla de cómic, y además nos apasiona el cine, llevamos tiempo esperando ver una buena película de la obra de Moore. Una historia de una complejidad y actualidad que esperemos no haya sido banalizada por el mal hacer de Hollywood, en aras de captar a todo tipo de público. Watchmen marcó una época en la historia de los cómics, influyó notablemente sobre todas las artes narrativas (cine incluido) y ha sido galardonada con premios literarios tan prestigiosos que deberían hacer recapacitar a los que todavía desdeñan el noveno arte. El título de la obra alude a la reflexión lanzada sobre los autodenominados justicieros superheroicos (arquetipos casi moralmente inamovibles hasta entonces), y sobre el concepto de autoridad en general, con la pregunta: ¿Quién vigila a los vigilantes? (Watchmen, en inglés). Resulta impagable la visión que se hace de los superhéroes como seres emocionalmente desequilibrados, desubicados socialmente y de ideología ultraconservadora, así como la visión que Moore plantea del único personaje con superpoderes (trasunto tal vez del superhombre kryptoniano, aunque con poderes temporales más complejos), que desequilibra la Guerra Fría a favor de los Estados Unidos (otra frase memorable escrita en el abundante material literario que hace de apéndice a la obra es "Dios existe y es americano"). Las diferentes concepciones que de la justicia y de la moral se dan en Watchmen, a través de sus múltiples personajes (el socialmente más admirado no deja de ser un utilitarista capaz de sacrificar multitud de vidas, o el más marginado, sin vida propia, resulta un fanático integrista que jamás abandona sus principios), hacen prever una inevitable reducción en su complejidad (que no tiene porque suponer trivialización) en el guión elaborado por David Hayter (cuyos créditos en las dos primeras partes de los X-Men no me disgustan). Snyder, por su parte, ha demostrado su buen hacer como director en varias películas (tomándose en serio otra adaptación de un cómic, como es 300) y creo que se puede confiar en que el resultado final sea óptimo (esperemos que no sea simplemente eso, y resulte tan brillante como el cómic, asunto harto difícil).

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