lunes, marzo 31, 2008

Vaya sorpresa, no había leído la crítica de Boyero a La noche es nuestra. A pesar de sus excesos -o quizá por ellos-, es un fulano con el que disfruto mucho por su personal y devastador estilo literario y con el que suelo coincidir en cuanto a gustos cinematográficos. Entre las muchas virtudes que cree ver en la película de James Gray se encuentra la condición de cine de autor de inmejorable calidad -"tensión de altura, clima tan negro como creíble, fatalismo, aroma bíblico"- y, además, considera el resto de la corta filmografía de este hombre a la misma altura. Pues muy bien, me parece estupendo que considere a Grey digno heredero de aquella generación que cambió Hollywood en los años 70, y que retrata inmejorablemente Peter Beskind en su jugoso libro Moteros tranquilos, toros salvajes. Sin embargo, lo de que el final de La noche es nuestra "indignará al progresismo miope" me parece, Carlos, que es jugar demasiado con la retórica. Ni el guión de la película ni Phoenix me transmiten esa asfixia por la tradición impuesta y por una moral rígida, yo lo que veo es maniqueísmo por doquier, y lo de que el personaje "coquetea con el lado oscuro" da más risa que otra cosa. Insisto en que me esfuerzo por ver más allá de la superficie, pero o bien el director lo ha hecho muy mal o no existen esas dobles intenciones -o, lo que yo sostengo, ambas cosas-. Boyero suele aludir a que detesta el cine con mensaje. Otro recurso estilístico, amigo Carlos, el cine y cualquier otro arte narrativo transmite ideas y hablar de cine con o sin mensaje es una falacia. Creo que las ideas presentes en La noche es nuestra son maniqueas, conservadoras y moralistas, y me atrevo a decirlo así, ello al margen de su calidad cinematográfica. Por otra parte, soy un gran amigo de la ironía y del doble sentido. Aprecié mucho una película como Starship Troopers, que muchos consideraron militarista, y que es justo lo contrario al situar a unos personajes desintelectualizados en un contexto fascista. Esta adaptación de la novela de Robert A. Heinlein se atrevía a dar la vuelta a las intenciones de este escritor, aunque quizá la crítica antimilitarista ya se encontraba en el material literario, pero desprovisto de distanciamiento irónico como también le pasa a la reciente 300. Algo así me ocurre en un film como El sargento de hierro, que algunos vieron como una dura visión de la vida militar, optando por el camino de exponer lo que hacen los militares -pero que algunos descerebrados jalearán desde el patio de butacas-. Viniendo del Eastwood director me lo creo. Pues lo dicho, que en La noche es nuestra no me lo creo. Debo ser un obtuso proguesista.

domingo, marzo 30, 2008

Me pregunto cómo se gestan algunas películas. Si parte de los creativos guionistas materializar ciertos pastiches o los sagaces productores encargan el dar cierta coherencia a un remedo de los éxitos cinematográficos de los últimos tiempos. El caso de La noche es nuestra -que alguien me explique el porqué de este título, por favor, que contribuye aún más al equívoco- es significativo, lo que no sé muy bien es de qué, si de la pobreza actual de Hollywood, de la tendencia posmoderna esa de las múltiples influencias -yo lo llamo plagio y confusión, miren ustedes- o incluso de lo moralizantes -en esta caso, además, reaccionaria- que resultan las peores obras. La película tiene un prometedor arranque, que puede incluso recordar lejanamente a los Coppola o Scorsese -que los dioses me perdonen-, pero lo ridículo del guión y su ideología conservadora van in crescendo a lo largo de sus casi dos horas de duración y ni siquiera una realización aceptable puede salvar la función. Tampoco la presencia de un monstruo como Robert Duvall -que no puedo evitar que me cause una gran antipatía personal, con mayor motivo vestido de "madero"- salva los muebles, más bien contribuye al desastre al añorar las mejoras obras del género, con las que se ha querido emparentar este film escrito y dirigido por James Gray -cuyos créditos desconozco, más allá de esta película, y creo que voy a seguir así-. Pues sí, además de las inevitables comparaciones argumentales con Infiltrados o Promesas del Este, a algún ambicioso responsable de la promoción se le ocurrió comparar La noche es nuestra con El padrino: en lugar de un honesto ciudadano que no quiere saber nada de su criminal familia, tenemos aquí a un descarriado hijo -insisto, la fábula moralizante es tan ridícula que es digna de las sagradas escrituras- que pasa ampliamente de su progenitor y hermano, policías modélicos; lo que sí tienen en común ambos films es que los mencionados hijos que no quieren seguir la tradición familiar acaban siguiéndola y de qué manera, convirtiéndose en unos feroces hijos de perra -"ahora que soy policía, puedo hacer lo que quiera", le suelta el colega a un desgraciado soplón, pero no se molesten ustedes en buscar un asomo de crítica-. El cuerpo de policía neoyorquino acaba admitiendo a un tipo que quiere vengar a su padre; eso sí, le advierten, "cuando todo pase, tendrás que ir a la academia" (je, je). A un repeinado Mark Wahlberg, actor que no aporta mucho sin ser tampoco demasiado molesto, le ha tocado ser el hijo bueno y Joaquin Phoenix no creo que tenga la entidad suficiente para aguantar dignamente papel tan patético, limitándose a cabrearse o poner cara de compungido. Eva Mendes está bastante buena, pero su papel no da para demasiado lucimiento. El discurso final de la película, donde se admite al inicialmente irresponsable protagonista en el cuerpo policial, con contenido religioso incluido, es el colofón a una ruina total. Y no, no hay que buscar, ni en la dermis ni en la epidermis de este film, más de lo que hay. Y les aseguro que yo soy muy dado a ello.

viernes, marzo 28, 2008


Los medios, y sus mercenarios, son tan partidistas y tan perversos, que semanas después de que una pelicula marciana pasara sin pena ni gloria por las carteleras les da por cargar contra ella. Como ya comenté en su momento, la película es más bien floja, pero de puro delirante resulta casi simpática. El asunto es tan flagrante que el pequeño vocero de la Cope dice la gilipollez de turno y enseguida se hacen eco en los medios impresos y digitales -que, en realidad, es la misma gente, ¡de locos, de locos!-. La sagrada institución de la benemérita parece que está estudiando si la película, o un cartel donde un encañonado picoleto le practica una mamada al protagonista, no sé muy bien, resulta ofensivo para la institución. Como lo cuento. Parece que es intolerable reflejar que miembros del cuerpo paguen por sexo y mucho menos a militatantes del Movimiento Vasco de Liberación Nacional. Naturalmente, es sabido que en la Guardia Civil no existen puteros ni maricones y hasta la Asociación de Víctimas del Terrorismo se ha solidarizado con este cuerpo que guarda por la seguridad del Estado -que, como es sabido también, somos todos-. La cruzada empezó hace tiempo cuando cierto colaborador de Libertad Digital -me parece que es un gay de derechas, lo que, claro está, le otorga legitimidad para hablar de la auténtica realidad de los homosexuales, los cuales desean no tener los mismos derechos que el resto de los mortales- escribiera que hubo gritos a favor de ETA en el pase de la película por el Festival de Cine Gay y Lésbico el año pasado, cosa difundida por ciertos medios y asociaciones -que se alimentan de estas patrañas, acusando a todo quisque de apología del terrorismo- y ahora tiene su colofón en una nueva campaña con intervención de colectivos de la propia Guardia Civil. Estoy casi seguro que nadie de estos inquisidores ha visto el film -más que nada, porque no lo vio casi nadie en su momento, da la casualidad que yo fui uno de los pocos que acudió a una sala de proyección-, como dudo mucho que hayan visto mucho cine español en su puñetera vida, tan recurrente que son sus acusaciones al mismo. Aquel que haya visto Clandestinos y piense que hay algo serio en lo que cuenta creo que no merece demasiada atención. No obstante, diré que yo creo profundamente en el libre flujo de ideas, en la libertad de expresión hasta sus últimas consecuencias. ¿Que hay personas ofendidas? Bien, podemos hablar entonces de buen o mal gusto o de mejores o peores intenciones sobre una manifestación del tipo que sea, pero a mí me ofenden cosas que veo o leo a diario y no me querello contra nadie -aunque, la verdad, considero que hay otras vías y las practico-. Creo que Clandestinos merece ser vista, y discutida, como creo que la secuestrada portada de El Jueves debió ser publicada o que resulte indignante que el integrismo religioso censurara aquel magnífico cartel de la película El escándalo Larry Flint, donde se veía crucificado al editor de la revista Hustler.

jueves, marzo 27, 2008


Nos deja ahora Richard Widmark, otro mito del celuloide, a la avanzada edad de 93 años. Se trata de un físico clásico del cine norteamericano, al que los amantes del tópico identifican casi en exclusividad con sus grandes papeles de villano. Sin embargo, Widmark, a pesar de que en los últimas años de su carrera hizo films más bien olvidables, tiene en su haber una gran variedad de interpretaciones demostrando su talento para dotar de humanidad a los personajes más duros. Tal vez se identifique a Widmark fácilmente con el papel con el que debutó en la gran pantalla, dando vida al sádico asesino de El beso de la muerte, -por cierto, existe un estimable remake de este film dirigido por el no suficientemente valorado Barbet Schroeder- que lanza escaleras abajo a una indefensa anciana, siendo su siguiente papel el de otro temible gángster en La calle sin nombre, pero hay que recordar que realizó más de 60 películas, con papeles de hondura como el fiscal militar de ¿Vencedores o vencidos? -película de valiente argumento, que sufrió la censura franquista ya en su título-, el noble médico de Pánico en las calles, un antihéroe simpático y canalla como el de Manos peligrosas, el rígido y belicista capitán de El incidente Bedford o sus numerosos westerns, en los que dio vida a personajes usualmente ambiguos. Su carrera comenzó a finales de los años 30, con trabajos en producciones teatrales y seriales radiofónicos, debutando en Broadway a comienzo de de la década de los años 40 con la obra Kiss and Tell. Sus trabajos en la escena de New York acabarían siendo vistos por el director Henry Hathaway, que le haría estrenarse en el cine en 1947 con el mencionado papel del criminal Tommy Udo. A finales de los 50, después de trabajar muchos años con la 20Th Century Fox, empezó a producir sus propias películas al crear la Heath Productions. Lamentablemente, Widmark nunca recibió un Oscar de ningún tipo, sí fue reconocido en 1989 por la Sociedad Nacional de Críticos de Estados Unidos y en 2005 por la Asociación de Críticos de Cine de Los Angeles, pero la muchas veces arbitraria Academia de Hollywood parece no haberse dado cuenta de donde residió un inmenso talento.

martes, marzo 25, 2008

Pues eso, que tras la desaparición de Azcona -y de Fernán Gomez hace unos meses- pocos dioses sagrados de la cultura cinematográfica nos quedan. Un tipo que escribió películas como El verdugo, Plácido, El pisito o El cochecito ya se merece no una calle o un monumento, se merece al menos una ciudad con su nombre. Si a eso añadimos una capacidad de trabajo admirable que le hizo escribir hasta el último momento -desconocía yo que sufría un cáncer de pulmón- y una mente lúcida con la que nos deleitó en numerosas entrevistas y debates -en los últimos años, antaño parece que no era muy amigo de la luz pública, lo cual hace que me haya caído aún mejor este hombre-.
Azcona atribuía la autoría de una película al director -a su talento para interpretar la escritura-, lo cual es de una generosidad increibe por parte de un guionista de su altura. No se reconocía tampoco excesivo talento literario para que se editaran sus obras, se consideraba un novelista frustrado... ¡tiene narices!, ¡con la cantidad de cretinos petulantes que publican en este país!

lunes, marzo 24, 2008

Si varios filmes norteamericanos han sido muy críticos ya con la invasión de Irak -películas como Redacted, del muy sobrevalorado De Palma, o La Batalla de Hadiza, de Nick Broomfield-, se estrena ahora -en Madrid, solo en los cines Golem, en una sala minúscula-, una estremecedora película realizada por un irakí. Ahlaam es casi casi un documental, neorrealismo le llaman los amantes de las etiquetas, y su director Mohamed Al-Daradji logra aunar talento y honestidad con una evidente escasez de medios y sin ninguna protección -la película está rodada en el mismo país, en el núcleo de una feroz pesadilla, con un riesgo para el equipo de rodaje, desgraciadamente con víctimas, como nos recuerdan en los títulos finales-. El director parece querer volver a sus raíces y establecer una mirada hacia su pueblo, un pueblo víctima primero de una sanguinaria dictadura y después pisoteado por unos ejércitos extranjeros que hablaban de "libertad" o "democracia". Su obra rezuma veracidad por los cuatro costados, con una serie de personajes que parecen interpretar sus propias vidas, vidas que tienen aspiraciones tan cotidianas como las de cualquier ser humano en cualquier punto del planeta. Tiene mucho valor el guión, firmado por el propio Al-Daradji, recordándonos en flash-back los horrores de la dictadura militar de Hussein y cómo ya en el 98 fue su país bombardeado por fuerzas anglo-americanas -piensen ustedes quién dirigía en ese momento la administración norteamericana y se les acabarán las ganas de ningún maniqueísmo sobre la "democracia"-, los momentos previos a la caída del régimen y el horror desatado ante la invasión militar extranjera. Todo ello narrado desde la perspectiva de las personas normales, civiles o soldados forzados por las circunstancias, mostrándonos como su vida e incluso su salud mental queda condicionada por el horror.
Mohamed Al-Daradji huyó de la dictadura en el año 95, para emprender estudios cinematográficos en Gran Bretaña y Holanda, y ha declarado que la idea para su película nació de las impactantes imágenes, que contempló en la televisión, del bombardeo de una institución siquiátrica y el posterior deambular de los pacientes en el campo de batalla. Es la perfecta metáfora para una "guerra de locos", como todas las guerras. Como dijo una vez un político que perdió un hijo en la Guerra de Irak, "malditas sean las guerras y los que las promueven".
Un ex-presidente del gobierno español ha declarado, parece que orgulloso, que volvería a apoyar el conflicto y que la situación en Irak es muy buena, con auténticas posibilidades "democráticas". Tal vez, este ciego, iluminado o malnacido -o tal vez las tres cosas- debería visiones realiadades como esta película y asumir el haber escrito con sangre la historia de un pueblo, castigado una y otra vez. Al-Daradji ha reclamado que haya más artistas que cuenten historias sobre el sufrimiento de su gente. Así sea.

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sábado, marzo 22, 2008

Se habla constantemente de la pobreza temática del cine español, dejando en un segundo plano la pobreza de nuestra industria. Ya he comentado en otras ocasiones que la primera opinión es una falacia, malitencionada en muchos casos por ignorantes y reaccionarios, y la segunda es claramente una obviedad.
Lo que no se habla tanto, en esta sociedad con tantas ansías de emociones fuertes muchas veces superfluas, es de la pobreza proporcional productora bastante mayor de la industria norteamericana. No voy a ser yo quien diga que no son los directores estadounidenses los que nos siguen deleitando con el mejor cine -producciones que, afortunadamente, suelen tener un hueco en la cartelera española-, pero la cantidad de basura que se estrenan también en nuestras salas, películas planas en el mejor de los casos e insultantes tantas otras veces, son solo una muestra de las ínfimas producciones que se realizan allá en el imperio. Creo que este tipo de productos merece de vez en cuando algún comentario despectivo en esas conversaciones de barra de bar. Digo yo.
La repetición del objeto de consumo, en menor calidad y por lo tanto en coste de producción, es una característica de la industria capitalista. Si los originales cinematográficos hechos en Hollywood son ya muy cuestionables en cuanto a interés y calidad y bastante prefabricados, si averiguamos que existe una productora y distribuidora en California llamada The Asylum que realiza films llamados Alien Abduction, Alien vs Hunter -¡increible el despiporre que debe ser este título!, teniendo que el original que copia ya era el colmo del plagio y las influencias-, Exorcism, Halloween Night, Pirates of a Treaure Island, Snakes on a train, The Da Vinci Treasure, Transmorphers o I am Omega -je, je, un homenaje a una anterior adaptación de la novela de Richard Matheson protagonizada por Charlton Heston- es para que se nos pongan los pelos de punta al pensar en quien puede consumir este tipo de productos. El asunto es tan flagrante en su búsqueda de un público despistado -por no emplear un epíteto más insultante- que casi resulta simpático. Son producciones de tan bajo coste que muchas veces logran estrenarse antes que el original que mimetizan. Al menos no engañan al respetable con una supuesta calidad artística, y no es que esta táctica de exploitation sea nueva ni mucho menos. Algunos somos lo suficientemente mayores para recordar la numerosa variante de guerras galácticas que hubo hace tres décadas y que convencía a los escépticos que el astuto Lucas había realizado una obra memorable. Lo mismo ocurrió con amenazas alienígenas en el espacio exterior, visitas extraterrestres amigables a nuestra planeta o búsquedas de tesoros arqueológicos sin el encanto del sabor a serial antiguo. Si mencionamos el cine de terror, tan prolífico en los años 70 y 80, mejor ignoramos los numerosos productos de serie Z. Antes de The Asylum, ya hubo productoras como Empire Pictures que fusilaba exitosos éxitos de la factoria Spielberg como Gremlins -su mímesis era aquella película de una especie de pelotas peludas carnívoras llamada Ghoulies- o la buena serie B de Cameron Terminator -luego derivada en artificiosas secuelas de ordenador- en un título llamado irrisoriamente Eliminators. Sin embargo, Empire si produjo un título objeto de culto y varias secuelas: la muy cachonda Re-Animator.
Desde luego, es para juntarse una tarde de asueto con un grupo de amigos cinéfilos y pasar un rato divertido con estas producciones tan pobres y tan atrevidas en su exceso "plagiador" postmoderno.

miércoles, marzo 19, 2008

Casi aislado, en estos días de vacaciones, en un pueblo costero de Levante, me entero hoy de la muerte prematura del cineasta británico Anthony Minghella a causa de una hemorragia en una operación. Siempre le estaré agradecido a este hombre por la bella película El paciente inglés, un título que yo creo que no ha sido valorado tras el paso de los años, pero que creo que sigue sabiendo a drama épico de altura, por no hablar de su valiente argumento contrario a los nacionalismos y reivindicativo de un individualismo bien entendido. Hasta el actor "cara de acelga" Ralph Fiennes no está demasiado mal en esta película.
No me convenció, sin embargo, la siguiente película del guionista y director. La nueva adaptación que hizo de la estupenda novela de Patricia Highsmiht, El talento de Mr. Ripley, también conocida en nuestro país como A pleno sol, debido a que este era el título que tenía la primera y muy superior versión de René Clement del año 1960, protagonizada por un magnífico Alain Delon. Matt Damon realiza un buen trabajo en el film de Minguella, pero el hecho de que sea explícitamente homosexual (asunto que solo puede ser interpretado por quien quiera en la novela y en su primera adaptación cinematográfica) y que venga a ser algo así como un marginado llorón me chirría bastante. Difícil es identifcar el personaje de Damon con el Ripley interpretado por Delon o por el maduro cow-boy al que da vida Dennis Hopper en la enigmática El amigo americano, de Win Wenders. Una nueva versión, nada desdeñable, hubo de esta historia poco después del film de Minguella, respetando el título original de la novela, El juego de Ripley, con un buen trabajo de John Malkovich que se acerca bastante al personaje literario.
Otra película épica de Minguella fue Cold Mountain, para mí interesante pero lamentablemente fallida, donde trabajaría de nuevo con Jude Law, con quien también repetiría en su siguiente película, Breaking and Entering, historia esta vez cercana e intimista inexplicablemente mal distribuida en nuestro país.
Otros trabajos de Anthony Minguella, hombre muy respetado en su país al ser presidente en los últimos años del British Film Institute y ser nombrado Comandante del Imperio Británico en 2001, fueron la dirección de la ópera Madame Butterfly y un episodio piloto para la BBC llamado The nº 1 Ladies Detective Agency. Curiosamente, unos de los hijos de Anthony Minguella, Max, será el protagonista del atractivo proyecto que ya ha empezado a rodar Alejandro Amenábar.

Precisamente, anoche tuve oportunidad de volver a ver la última película de otra realizador que nos dejó prematuramente (creo que no hace ni dos años que palmó este hombre sin haber llegado a la cincuentena). El bonaerense Fabián Bielinsky escribió y dirigió esa maravilla que es Nueve reinas (quizá superior, aunque me cueste decirlo a House of Games, de David Mamet), con un pletórico Ricardo Darín, el cual repetiría gran interpretación en El aura. Tal vez muchos esperaran algo similar a Nueve reinas, película de gran éxito en las taquillas españolas, y se llevaron una decepción. A mí me sigue gustando mucho una película, que creo que aporta mucho al genero noir, inquietante, dura y oscura, envidiablemente escrita, con un Darín que compone un personaje introvertido y pusilánime de falsa honestidad, que acaba conectado al mundo criminal, que siempre ha envidiado desde la cobarde distancia, gracias al destino.

Una lástima que no podamos disfrutar nunca más de nuevos trabajos de estos talentosos cineastas nacidos en diferentes lados del Atlántico, en países enfrentados por la estupidez humana.

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jueves, marzo 13, 2008

Lo esperaremos todo del estupendo proyecto cinematográfico que ya ha empezado a rodar en Malta Alejandro Amenábar. Su título es Ágora, se sitúa en el Egipto del siglo IV de nuestra era y su protagonista es Hipatia, mujer filósofa y científica a la que da vida la muy estimulante Rachel Weisz, cuya desaparición consideran algunos que coincide con el fin del Helenismo y el comienzo del oscurantismo en la Historia. No puede ser más atractivo el marco que ha elegido el joven autor, y es posible que el argumento gire en torno, como ya ha ocurrido en otros guiones suyos, a la tensión entre el dogma religioso y el desarrollo científico y el librepensamiento. El título alude a un concepto que, en las polis de la antigua Grecia, constituía un espacio libre para las actividades políticas, sociales y comerciales (atentos a lo que algunos consideran una vertiente anarquista como es el agorismo).

Recordaremos que tras el estreno de la que es, para mí, la mejor película de este hombre, Mar adentro, la pléyade reaccionaria de este país temía la llegada del apocalipsis rojo, al atreverse a hacer apología del atentado a la vida de uno mismo (vida que solo pertenece a la sagrada providencia). Espero que la inteligencia de Amenábar supongo un nuevo palo a la idiocia integrista de esta gente, que tanto se apresuran a denunciar la ideología que no les gusta y que tanta ideología retrógrada nos venden a diario en sus medios.

Javier Bardem nos volvió a emocionar en su momento con su trabajada interpretación de Ramón Sampedro y parece que, definitivamente, tendrá un lugar en la próxima película de Coppola (padre), Tetro. Ya he comentado otras veces que el protagonista de Éxtasis me parece un hombre con más ganas de trabajar en buenos proyectos que de hacer películas alimenticias o que le otorguen notoriedad, y parece que Francis opina lo mismo. Así lo denunció hace tiempo en unas declaraciones sin pelos en la lengua donde acusaba a monstruos como De Niro, Pacino y Nicholson de haber perdido el "hambre" de buen cine. Razón no le falta, especialmente en el caso de De Niro. ¡Hay que ver las películas vergonzosas en las que ha trabajado este hombre en los últimos tiempos! En fin, les perdonamos a los tres porque han escrito lo que han escrito en la historia del cine.
Todavía está inédita en nuestro país la última película de Coppola, Youth without youth, y también esperamos que este hombre haya vuelto, o vuelva algún día, por sus fueros. El protagonista de Tetro será Vincent Gallo, actor de inquietante físico, realizador tambien de un par de polémicos largometrajes que tratan de buscar emociones intestinas en el espectador, y lo consigue desplazando algo más abajo las vibraciones en aquella escena de sexo explícito en el que Chloë Sevigny, pareja suya en la vida real, le práctica una fenomenal mamada.

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martes, marzo 11, 2008

Tiene el gran (excesivo, a veces) actor Sean Penn la rara habilidad de convertir sus pretenciosos proyectos cinematográficos como director en unos pestiños de mucho cuidado. Bueno, no soy justo del todo, su episodio sobre los atentados de las torres gemelas, en 11'09''01 - September 11, era auténticamente original y valiente. Su remake (o, para ser más justos, nueva versión de la novela de Friedrich Dürrenmatt) de aquella maravilla que era El cebo, aquí llamada El juramento, tenía cierto valor y aportaba otro punto de vista a una historia auténticamente inquietante.

Ahora nos llega otra historia para inquietarse (aunque no sé si era ese el propósito), Hacia rutas salvajes, basada en hechos reales y que, para mi modesta visión, tras un atractivo planteamiento, no solo bordea el ridículo, sino que se da de bruces con él en el colofón de este cuento delirante. Un chaval decide abandonar la hipocresía de la vida familiar y el terrible materialismo capitalista, y el hecho de que decida quemar su escaso dinero para emprender una ruta escapista personal, no para iniciar una revolución social como sería lo coherente, nos hace prever lo peor. Lo que pretende este hombre, a ratos iluminado, a ratos bastante cuestionable su inteligencia, es una especie de búsqueda de la pureza en una perfecta simbiosis con la naturaleza, tomando como héroes a Thoreau, a Tolstoi y a los personajes de Jack London (y da la impresión que el chico no ha leído mucho más que eso, por otra parte una literatura tan estimulante). La película no deja clara la idiosincrasia del personaje, como sí hace el documental Grizzly Man (está claro que en el film de Werner Herzog se habla de un descerebrado bienintencionado con el que se puede fabricar una historia interesante para una película), se limita a relatar su odisea de manera episódica, con más o menos acierto, en la que se encuentra con personajes la mar de positivos; algo excesivo y artificioso esto último, ya que la única persona inicua representa a la autoridad, lo cual es toda una declaración de intenciones más voluntarista que efectiva. Secuencias donde el protagonista se ve obligado a recular en su empeño, realizando trabajos lamentables y teniendo visiones sobre su futuro excesivas, da una idea de su obstinación poco consistente. La pinta de pequeño sicópata del buen actor que es Emile Hirsch ayuda un poco a poner las cosas en su sitio, pero me da la impresión que las intenciones de este film son un tributo a una odisea que nació ya como imposible. Por otra parte, la voz en off es un recurso muy criticado, sin que yo me oponga a él a priori, pero es que aquí resulta un adorno irritante en lo que parece una búsqueda de las motivaciones del protagonista y de trascendencia a sus convicciones.
Y no, no voy a revelar ni dar pistas de cómo acaba el asunto. Eso sí, el que quiera disfrutar de una buena música, de una bella fotografía y de un puñado de interpretaciones notables tal vez le merezca la pena visionar este film, cuyo título original alude, más que "hacia...", a "dentro de lo salvaje" o "integrado en la naturaleza" (y quizá esté dando ya demasiadas pistas sobre el final de la historia).

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lunes, marzo 10, 2008

Ahora que estamos saturados de democracia electiva, y que me perdonen los familiares del último asesinado por esa banda de miserables fanáticos descerebrados -la abstención electiva no es terreno de los totalitarios, la imposición del poder y el crimen no pueden pedir la insumisión-, me viene a la memoria otra gran película del que es probablemente el director joven que más me interesa hoy en día. El realizador es Alexander Payne y la película, que se estrenó en su momento en las salas españolas sin pena ni gloria, Election -no confundir con un pestiño chino sobre las triadas, de un tipo muy valorado, para mí de forma inexplicable-.
Desgraciadamente, algunas comedias norteamericanas pueden ser confundidas, por los espectadores despistados, con productos banales, planos o dirigidos a adolescentes lobotomizados -je, je, este target lo escuché hace tiempo de no se quién y me parece tan ajustado a cierta realidad que lo empleo contantemente-. La presencia en el reparto de Election de Mathew Broderick -que aquí está muy divertido- y de una actriz muchas veces insufrible como Reese Witherspoon -que también está muy bien en este film, en un pesonaje a su medida- no ayudaba mucho a poner las cosas en su sitio. El humanista Payne -aunque algunos le consideran misántropo en su acidez, yo me permito calificarle así- ha dirigido estupendas comedias sobre la vejez y la entrada en la madurez del ser humano, A propósito de Schmidt y Entre copas, respectivamente, con incisivos análisis de las relaciones humanas. En Election, también está presente esto último, de manera tan emotiva como patética, con la excusa de una satira impagable sobre la democracia estadounidense situada a escala en un instituto de enseñanza secundaria. Payne, de manera sutil, no se pone límites en el tratamiento de cualquier tema auténticamente importante para la vida humana: la condición sexual, las relaciones entre adultos y adolescentes -de una manera tan sincera y clara, que resulta encomiable, más en una comedia que podría dar lugar al exceso-, la pluralidad -no tiene precio la explicación que intenta dar el profesor a un descerebrado candidato sobre la capacidad de elegir distinto-, el derecho a la diferencia, los estereotipos, la farsa familiar, la fidelidad en la pareja -impagable, impagable también la aventura extramatrimonial del pobre personaje de Broderick-... y, por supuesto, la satira electoral extremadamente inteligente y divertida. Cuando una chica se presenta a las elecciones por un despecho sentimental y promete lo que promete en su discurso de presentación o en el retrato feroz que realiza de una perfecta candidata, por supuesto trepa y sin escrúpulos, a ser alguien en la política nacional, comprobamos que Payne es, ya digo, un entrañable humanista tal vez disfrazado de gamberro nihilista.

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jueves, marzo 06, 2008


Hana Makhmalbaf es una chavala de 19 años, perteneciente a una reconocida familia de cineastas iraníes, que presentó su primer cortometraje cuando solo tenía 9 años de existencia. Buda explotó por vergüenza es su primer largometraje de ficción y resulta una obra sorprendente, conmovedora y necesaria. En Afganistán, muy cerca de una estatua de Buda que destruyeron los talibanes, vive Baktay, una niña de 6 años que desea ir a la escuela y se ecuentra con la oposición de unos críos que reproducen en sus juegos el cruel fanatismo de sus mayores: la represión del fanatismo religioso o la guerra del imperialismo -también llamado "lucha contra el terrorismo"- norteamericano. Especialmente terrible es la secuencia donde los chavales emplean piedras auténticas, después de que el espectador asista a sus "juegos" donde las armas son substituidas por ramas de árboles o los cazas estadounidenses tienen forma de cometa.
Si Hitchcock, como dice la leyenda, recomendó no trabajar nunca con niños, animales o Charles Laughton, Hana realiza su película íntegramente con criaturas de corta edad, y lo hace con un envidiable talento en la "dirección de actores", para mostrar la odisea de Baktay para adquirir algo tan básico como su material de escuela -impagable el detalle del lápiz de labios usado para escribir- y su posterior empeño inútil en aprender en la escuela. El guión del film está realizado por la madre de la directora, Marzieh Makkmalbaf y desconozco si estaba todo en la escritura o se ha improvisado gran parte del material en el rodaje. Probablemente, se trate de esto último, lo que otorga mayor valía a una película que debería despertarnos un poquito más sobre el mundo en el que vivimos, donde los chavales son las principales víctimas de las mierdas heredadas por sus adultos. Estoy seguro que una secuencia tan emotiva en su simpleza, y tan representativa de lo que es el cine, como es la del seguimiento del barquito de papel, confeccionado simbólicamente con una hoja del cuaderno que tanto le ha costado adquirir a Baktay, en el curso del río es obra de la espontaneidad de una cineasta con las ideas claras. El uso comedido de la música, inexistente en gran parte del metraje, que precede y enfatiza algunas las secuencias más terribles, me parece otro acierto más. Las frases finales de la película y su última imagen no suponen ninguna concesión a la historia.
La obra es claramente una alegoría sin apenas desperdicio sobre el fanatismo e injusticia de la vida en esos países, ejercido principalmente sobre las mujeres y aprendido por las criaturas desde corta edad. Lo tierno y divertido de algunas secuencias no debería hacernos olvidar el horror que conllevan. Un ejemplo de cine de calidad, excelentemente escrito, realizado e interpretado -la naturalidad de los críos es sorprendente-, con un equilibrio igualmente admirable entre dureza y ternura, que habla de la triste realidad de muchos países y que de nuevo demuestra que el cine social y comprometido no es sinónimo de aburrimiento. Otra cosa son las personas que prefieran cerrar los ojos o utilizar el cine para la tan manida y cansina evasión.

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martes, marzo 04, 2008

Cine y literatura, a pesar de los numerosos maltratos, siempre han tenido una buena relación. A mí, al contrario que a la mayoría de los mortales, me gusta ver los libros que me han apasionado en la gran pantalla y, en sentido inverso, estupendas adaptaciones al celuloide me han descubierto a grandes escritores.
Acabo de leer la novela Mystic River, de Dennis Lehane, adaptada magistralmente al cine por Brian Helgeland y Clint Eastwood. Se trata de una película muy fiel al material literario original y es curioso que la magnífica secuencia inicial en la que los chavales dejan su nombre escrito en el cemento fresco, menos uno que no puede terminar de escribirlo ante la tragedia que se le viene encima -una vida quebrada, of course-, sea de lo poco que no esté en la novela. Lehane también corrió buena suerte en la versión cinematográfica de su obra Gone, baby, gone, dirigida sorprendentemente por Ben Affleck. El maestro Scorsese está a punto de iniciar el rodaje, con un excelente reparto, de la adaptación de otra novela de este hombre, Shutter Island, ambientada en los años 50 en dicha isla azotada por las tormentas y centrada en la investigación de la desaparición de un interno de un centro para enfermos mentales. Es Lehane (1966) un nombre fundamental ya de la literatura negra contemporánea.
Otro escritor importante de este género, Michael Connelly (1956), tuvo ya una buena adaptación -película que merece ser revisada y valorada- en Blood Work de nuevo por el maestro Eastwood. Es extraño que no haya proyectos para la gran pantalla de sus muy cinematográficas novelas protagonizadas por el detective Harry Bosch.
Cormac McCarthy (1933), considerado uno de los mejores escritores norteamericanos vivos, había sufrido una adaptación penosa de su novela All the Pretty Horses, primer volumen de una trilogía sobre la frontera. En la oscarizada y fallida película de los Coen se intuye una gran novela de un autor que muestra las miserias del país más poderoso del planeta en formato de western fronterizo. En rodaje se encuentra la versión de su novela The Road, dirigida John Hillcoat y protagonizada por Viggo Mortensen, y existe otro proyecto para adaptar Blood Meridian, que dirigiría el antaño prestigioso Ridley Scott -a este hombre le perdonamos porque dirigió lo que dirigió a finales de los 70 y principios de los 80-.
Otro gran escritor de la actualidad, Philiph Roth (1933), tuvo una aceptable adaptación en 2003, dirigida por Robert Benton, de su magistral novela The Human Stain -créanme ustedes, lean esta excepcional obra, a pesar de que hayan visto ya la película-. La muy sobrevalorada Isabel Coixet acaba de adaptar, creo que muy peculiarmente, The Dying Animal con el título de Elegy. Otro Philiph, Noyce, tendría que dirigir en breve un guión, escrito por John Romano, basado en la novela de Roth American Pastoral.

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lunes, marzo 03, 2008


King Kong, uno de los grandes iconos de la cultura popular, cumple 75 años.

La película original, que data de 1933, fue dirigida por Merian C. Cooper y protagonizada por Fay Wray. Es de sobra conocida la historia de un equipo cinematográfico que viaja a la misteriosa Skull Island para descubrir una desconocida tribu que ofrece sacrificios humanos a un gigantesco gorila al que veneran como rey. Resulta divertido el guiño cinematográfico que realiza Peter Jackson, en su reciente y espectacular versión de 2005, cuando el trepa director protagonista se ve impedido a contratar a la actriz Wray porque ya lo ha hecho Cooper para una misteriosa película -metalenguaje, le llaman-. Hay quien especula con la posibilidad de que Cooper, combatiente en la Primera Guerra Mundial, se inspirara en un famoso cartel de dicho conflicto en el que Alemania era representada como un enorme y peligroso gorila que sujetaba entre sus garras a una mujer -que, a su vez, parecía estar inspirada en Marianne, la figura alegórica de la Revolución francesa y modelo para la Estatua de la Libertad-. Francamente curioso resulta que exista otra ilustración, esta vez española y publicada en un periódico libertario, Cultura y Acción en 1923, que se inspiraba igualmente en el difundido cartel que representaba la lucha entre la reacción y el progreso -muchos anarquistas, incluido el propio Kropotkin, tomaron partido por los aliados democráticos frente a las naciones militaristas y autoritarias-.
Volviendo a la película de 1933, hay que mencionar la inspiración artística que tuvieron los animales prehistóricos de Skull Island en el gran paleoilustrador Charles R. Knight, pionero en mostrar a los dinosaurios como seres activos, cuyo trabajo influyó en tantos artistas. El creador de los efectos especiales -hay que decir que no se conocía demasiado sobre los grandes simios en la época, de ahí que Kong sea bípedo-, Willis O'Brien, fue a su vez maestro y precursor del gran Ray Harryhausen, perfeccionador del método stop-motion -¡una lástima tanto efecto digital en la actualidad!- y creador de secuencias inolvidables en películas como Jasón y los argonautas o Furia de titanes.

King Kong, y su emotiva historia claramente inspirada en el cuento tradicional de La bella y la bestia, se convertiría en todo un mito y filón cinematográfico con múltiples secuelas, remakes, series de televisión, películas de animación e incluso bizarras versiones apócrifas, como aquella japonesa de los años 60 en la que el poderoso gorila -esta vez, incluso con más tamaño y con nuevos poderes- se enfrentaba con otro monstruo cinematográfico: el inefable dinosaurio mutante Godzilla.

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sábado, marzo 01, 2008

No se ha estrenado hasta ahora en nuestro país excesivo cine rumano y llega ahora a nuestras pantallas la ganadora de la Palma de Oro 2007 en el festival de Cannnes 2007 4 meses, 3 semanas y 2 días, explícito título para la historia de un aborto -práctica ilegal en regímenes supuestamente progresistas- en la Rumanía comunista de 1987.

La película es extraordinaria en su realización -parece que vivimos y sentimos lo mismo que la protagonista-, con un guión conciso y directo, pero también de una dureza extrema y de una desesperanza feroz ante las circunstancias atroces de unas personas jovenes, que suficiente tienen con tratar de buscarse un futuro mínimamente digno. Es cine social, sí, pero no estamos aquí ante el didactismo reivindicativo de un Ken Loach, sino que nos sitúan en un contexto gris, represivo, plagado de personajes mezquinos e inicuos, una situación muy concreta de un sistema político que ha sido un triste fracaso, también en su deshumanización en virtud de no se sabe muy bien qué interés colectivo o burocrático. Soy incapaz de encontrar un defecto a la película de Cristian Mungiu -de nuevo un director joven nos recuerda lo necesario de la memoria histórica también aplicada al comunismo, como en el caso de Florian Henckel von Donnersmarck en La vida de los otros-, pero creo que solo un masoquista puede decir que ha explícitamente disfrutado con esta dura película.

Algún crítico antiabortista, con ganas de buscar argumentos, ha querido encontrar en la película un mensaje moralista al respecto. Creo que no puede andar más desencaminada esa visión, las historias más efectivas son aquellas que nos recuerdan con inteligencia y minuciosidad las circunstancias terribles por las que tienen que atravesar las personas. Una de ellas es la de una mujer que desea abortar y se encuentra no solo desamparada, sino también criminalizada. El deseo de la chica, que se ve obligada a abortar en 4 meses.., de enterrar a su feto, siguiendo la tradición religiosa, es solo un ejercicio de voluntarismo que niega la realidad. Si hay una opción esperanzadora en el film, está en el personaje protagonista de su amiga, emotivamente solidaria, lúcida, con ganas de hablar de los problemas reales tan obvios que padece su generación, que demanda un futuro y unas posibilidades diferentes y que, en el último plano, parece dirigirse al público -un público que, a esas alturas, nos estamos tal vez removiendo en nuestras butacas- pidiendo un juicio, o tal vez responsabilidades o no se sabe muy bien qué.