"La tragedia de Peterloo", video-reseña de la película de Mike Leigh
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Con la reciente muerte de Berlanga, desaparece otro de los nombres claves de la cultura contemporánea. Un cineasta, tantas veces, genial, aunque algunos proyectos no tuvieran el resultado que merecían. Un anarquista burgués, oxímoron recurrente en su biógrafos, y producto tal vez de su no subordinación a filiación política alguna (en el sentido de militancia en un partido) y su reitarada negativa a poner su firma en manifiestos colectivos. Un hombre, a diferencia de tantos compañeros suyos de proyesión, de una discreción y modestia exquisitas (huía, al menos aparentemente, de los reconocimientos y oropeles, aunque tantas veces parecía jugar a la confusión de su imagen pública), de tal manera que si su nombre estuvo acompañado de la polémica en alguna ocasión, fue debido a la estulticia y maldad de los demás, poderosos incluidos. Fue el caso de la conocida anécdota con el dictador Franco, cuando éste afirmó que Berlanga no era un comunista, era algo peor: "un mal español". A Berlanga, con seguridad, le traería al fresco este comentario, si dejamos a un lado la lógica precaución por un régimen fascista en el que realizó parte de una obra irrepetible, y clave para comprender una sociedad gris y mezquina. Uno de los grandes valores de Berlanga es el de utilizar la transgresión como componente esencial de sus obras, algo que seguramente era consustancial a su naturaleza creativa (y a la de su "gemelo" Azcona), ese talento para reirse de las normas, para desacralizar y mostrar las miserias de manera ácida y, casi siempre, entrañable. El mejor homenaje es repasar, una y otra vez, encontrando nuevos elementos de disfrute en cada visión, las que son sus tres grandes obras.
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Claude Chabrol, el cineasta al que se llegó a denominar "azote de la burguesía", falleció el pasado 12 de septiembre en París a la edad de 80 años. Fue, antes de convertirse en director, crítico de cine entre 1953 y 1957, en la que dicen que ha sido la mejor etapa de la famosa revista Cahiers du Cinema. En esa redacción, demostró su pasión por el cine americano, por directores como Howard Hawks, Jacques Tourner, Robert Wise, Robert Aldrich o, su maestro, Alfred Hitchcock. El ensayo "Evolución del thriller", publicado en la revista en 1955, cristalizaría su pasión por ese género y anticiparía los temas presentes en su carrera cinematográfica. A la edad de 23 años, y después de iniciar carreras sin nada que ver con el mundo del cine, empiezar a frecuentar el Cineclub del barrio latino presentado por Eric Rohmer, otro cineasta fundamental en el cine francés contemporáneo, lo que a la postre le haría formar parte de la redacción de la prestigiosa revista. Después de publicar una importante obra sobre Alfred Hitchcock junto a Rohmer, se convierte en el productor de sus primeras películas, y de algunas de las de sus amigos.
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Hoy domingo me entero de la polémica, una más, que han tenido las crónicas y críticas de Boyero, esta vez en el Festival de Cannes. Hace no demasiado, ya hubo una polémica con una serie de realizadores españoles, muy vanguardistas y "artistas" ellos, que acusaban al crítico de defender el cine hecho en el imperio y poco menos de cerrar la puerta a experimentaciones cinematográficas en este país. Mucho poder e influencia otorgan al peculiar crítico salmantino. No establezco yo fronteras tan nítidas en la creación cinematográfica, a la que siempre considero arte y entretenimiento en cualquier caso, y me resulta muy pobre la visión de los que lo hacen con tanta facilidad, para legitimar una obra propia en algunos casos. Hace muchos años que leo a Boyero y, frente a los que aseguran que interpreta un personaje, siempre he mantenido que se trata de un escritor sincero, visceral, amargo, ofensivo y apasionado a la vez, con sus manías personales, con sus "amores" y sus "odios", pero me parece siempre sincero y su "personaje literario" está estrechamente vinculado al "real". Tal vez no sea esa la cuestión primordial, pero la subjetividad, por encima del clasicismo o del academicismo, es defendible siempre en la creación literaria (así como en la creación cinematográfica). Boyero escribe, con talento, como piensa, así de sencillo. No es tal vez un crítico cinematográfico al uso, no desmenuza una película con pomposas frases técnicas o con una manida retórica, sino que nos cuenta con estilo propio cómo se ha emocionado, o aburrido, con una línea de diálogo, con una imagen o con una interpretación. Será discutible la forma, será muchas veces ofensivo para los realizadores (traspasando la línea de lo personal), pero no olvidemos que esas personas se exponen con su expresión cinematográfica y con su actitud pública a otro tipo de expresión, la crítica. Por supuesto, estoy de acuerdo en que la crítica a la crítica es perfectamente legítima, aunque las más de la veces creo que resulte tan baladí como pueril y solo alimente egos. Pero me parece que hay algo más. Frente al papanatismo intelectual, o más bien seudointelectual, que se da en este país (que es el que conocemos mejor), Boyero no se casa con nadie. Bienvenido sea alguien con la valentía y "subjetividad", frente a los aplausos "generales", de decir que Von Trier ha perdido definitivamente el norte (no creo que nadie inteligente puede tomarse en serio pretenda que lo encierren por decir esto), que el endiosado Almodovar hace tiempo que es un bluf o que la última obra de Guerín es todavía más aburrida. La pluralidad, alimentada por la controversia, y el cuestionamiento de los mitos son esenciales para una cultura más rica y poderosa.
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Hacía tiempo que no me emocionaba, de verdad, en una sala de cine. The Visitor, película dirigida por Tom McCarthy, logra esa magia, no demasiado habitual en la actualidad, de conjuntar calidad humana y cinematográfica. Se trata del mismo tipo que nos regaló ya otra obra excelente como es The Station Agent (distribuida en España con el incalificable título de Vías Cruzadas), que tanto tiene en común con esta nueva película. Hay quien dijo que un artista está condenado a tratar de repetir, y tal vez ae perfeccionar, una misma obra. Se cumple, curiosamente, en el caso de este guionista y director (lo que se suele llamar un autor, sin que yo establezca una frontera clara entre quién lo es o no) norteamericano con dos obras notables que no dejan a un lado su compromiso social y humano, sin caer en la sensiblería ni el esquematismo, con personajes bien trazados e historias solidas, hondas e incisivas. En el caso de The Station Agent, se trataba de un hombre corta estatura, que trataba de escapar geográficamente de un mundo plagado de crueldad y estupidez, al que acaban introduciendo forzosamente en la vida gracias a la comunicación y a la empatía con otros seres. En The Visitor (la distribuidora nos ha privado esta vez de un título rídiculo en castellano), el protagonista es un maduro profesor de economía, hecho nada casual en el estupendo guión al recalcar la contradicción de un mundo globalizado en el que no ha desaparecido la injusticia, de vida gris y carácter rígido y amargado, decidido a refugiarse de un mundo al que tal vez no se ha enfrentado nunca, empecinado en confundir pasión con talento en un penoso intento de llenar un evidente vacío existencial. Este hombre descubrirá la magia vital y el amor al solidarizar con personas que lo han tenido y lo tienen mucho más crudo que él en sus nada fáciles vidas. Inmigrantes que han huido de la miseria y de la represión para encontrar, finalmente, algo parecido en el llamado "país de las libertades". Llamativo resulta, en algunas secuencias espeluznantes por la violencia presente de una manera o de otra, que la mano de obra de la que se nutre la maquinaria estatal para reprimir a personas de otras culturas esté formada mayoritariamente por negros e hispanos, personas retratadas con acierto en el film de manera muy impersonal, aparentemente ajenos sentimentalmente al drama humano del que forman parte. No está exenta la historia de cierto análisis político post 11-S, en el que el Gobierno norteamericano contempla las cosas en blanco y negro sin que se reconozcan derechos para los inmigrantes, ni de mordaces diálogos acerca de cómo son y actúan los verdaderos terroristas, personas poderosas sin ningún vínculo con los desposeídos. Hay muchas secuencias memorables en esta película a la que es difícil encontrar peros (o, al menos, quedan diluidos por la fuerza del conjunto), destacaría el estallido del protagonista en el centro de detención de inmigrantes (cárcel, en toda regla) reclamando a voz en grito la vida que le han arrebatado a su amigo, o ese final en el que el viejo profesor, dejando a un lado convencionalismos de una vida gris y sin sentido a la que ya ha renunciado, queda impregnado de la vitalidad y la pasión de su amigo. Richard Jenkins, rostro que nos resulta familiar porque le hemos visto decenas de veces como un impagable actor de reparto, nos obsequia con una emotiva interpretación en un papel a la altura de su talento.
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Empezaré diciendo, ya que creo que voy a ser una de las pocas voces críticas (y, seguramente, en mi línea habitual, algo gruñona, pero alguien debe hacer el "trabajo sucio"), en esta sociedad demasiado autocomplaciente, que no está exenta la oscarizada película Slum Dog Millionaire ni de valores cinematográficos ni de elementos humanos y sociales de interés. Sin embargo, paso a continuación a tratar de explicar, desde puntos de vista que se alejan de lo meramente cinematográfico (es también la grandeza del cine para mí), por qué esta exitosa película me ha parecido de lo más detestable. Mi interés y curiosidad hacia el film aumentaban, paralelos a cierta predisposición crítica (por qué negarlo), a medida que se producían el boca a boca del entusiasta público, los numerosos premios recibidos, los elogios (casi unánimes) de la crítica y las diferentes polémicas servidas por el enfoque hacia la visión de la India más miserable. Por otra parte, la controversia también crecía, no sé yo si como parte de una estrategia de mercadotecnia para vitalizar aún más la carrera comercial del film, cuando sale a la luz que los chavales protagonistas, de origen humilde como en la ficción, van a ser devueltos a su mísera vida en los suburbios después de haber vivido unos días el "sueño americano" en Hollywood. Esas críticas, absolutamente polarizadas, partían tanto de aquellos que creen que hay mucho de visión neocolonial en el film (matizable, pero me siento más cercano a esa opinión) y los que consideran que las imágenes de la película ponen demasiado el foco en la miseria, algo que trata de ocultar la propia industria cinematográfica india, muy productiva y, por lo que he oído ya que yo la desconozco, pobremente folclórica (tampoco tengo excesivo interés en salir de mi ignorancia al respecto). Vista en su conjunto, la historia lastra mezquinamente los aspectos sociales y controvertidos del film (la prometedora secuencia del chaval sumergido en los excrementos, las torturas policiales que provocan los flash-backs explicativos, la razia religiosa…) en una fábula de final feliz y colorista, con unos, eso sí, divertidos títulos de creditos finales que homenajean al "género" que pertrecha Bollywood, pero dejando claro el vigor y el seudovitalismo de una historia del gusto del Hollywood más banal y mercantilista. El realizador Danny Boyle, previendo algunas críticas por el último tramo del film, ha declarado que no podía darle un final triste a la historia después de lo que había sufrido el protagonista. No comparto evidentemente esa visión, y será muy legítimo explotar el gusto de la gente por los "cuentos de hadas", pero dada la naturaleza de la historia y su potencial, se echan en falta grandes dosis de ironía y un incisiva crítica social, política y económica. No era ese el objetivo, con total seguridad, del director de Transpoitting.
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No es una película fácil de ver, ni fácil de digerir, la producción francesa La cuestión humana. Estrenada solo en los Cines Verdi de Madrid -desconozco si ha encontrado distribución en el resto de España-, relegada a una pequeña sala, pero que encontrará, gracias a los milagros del boca a boca y del "buen lenguaje" su público, estoy seguro.
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Me gustó la premiada película israelí Los limoneros. Y bastante. A pesar de la buena prensa que tenía esta obra, era bastante cauto ante las premisas de una historia -junto a un edulcorado cartel que echa algo para atrás- que olía a buen rollo sobre el conflicto sangrante entre palestinos e israelíes con el que es imposible ser equidistante.
Etiquetas: Cine, Israel, Los limoneros, Palestina
Tropa de élite es una película brasileña que, siguiendo la línea de otra obra magnífica como Ciudad de Dios, recrea con una tremenda, y difícil de digerir, verosimilitud la cruda realidad de las favelas brasileñas. La narración se realiza, con el uso constante de la voz en off, desde el punto de vista policial; no una policía convencional (retratado como corrupta y sin actuación en los barrios marginales), sino un grupo de élite de formación militar (una instrucción, que riámonos de La chaqueta metálica), al que alude el título, que actúa usando métodos salvajes (torturas y asesinatos sistemáticos) al considerar la situación un "estado de guerra". En la película no hay una mirada amable para nadie (traficantes [aunque no hay personajes protagonistas ni mínimamente trazados], policías de diverso pelaje, ONGs, niños bien con seudoconciencia social y análisis superfluo de la realidad), no hay un punto de vista cómodo ni soluciones fáciles (quizá la principal virtud del film es que expone con inteligencia una realidad terrible en la que grupos armados se alimentan mutuamente con sus acciones), que puedan adoptar espectadores bienintencionados, en una situación social terrible en la que las fuerzas represivas del Estado actúan sin ningún respeto por los derechos humanos. Un viaje a Brasil de ese Papa reciente, al que tanto le gustaba moverse de sitio, en el que se empeña en dormir cerca de las favelas (cosas de los que aman tanto a los pobres, que desean su perpetua existencia para justificarse ante su Dios), lleva a que esa élite policial tenga que "limpiar" la zona para la protección del líder católico (no sé si la gente se parará a analizar esto, pero es de una valentía argumental tal, que ya justifica esta obra). Una ONG que opera en las favelas (haciendo no se sabe muy bien qué), con el consentimiento del que está al mando de los criminales (el director ha comentado que es una realidad que para ayudar a los chavales de la favela tienes que hacerte amigo de las traficantes), está integrada por niños bien que juegan a concienciados y se dedican más bien a consumir droga (quizá el retrato de estos personajes es la parte más floja de la película, pero insisto en que los personajes más destacados son policías). El principal protagonista, dueño de la voz en off y comandante del grupo de élite (para que nos hagamos una idea, van de negro y su símbolo es una calavera atravesada por un puñal), es uno de los personajes más siniestros que he visto recientemente en una pantalla; desequilibrado emocionalmente (va a ser padre y eso le hace cuestionarse su puesto, no es que se cuestione lo que hace), tremendamente eficaz en su profesión (los asesinatos y tortura de delincuentes, y cercanos a ellos, no le suponen un problema), humano a ratos (le obsesiona la muerte de un "cohetero", un chaval que ayuda a los traficantes avisando de la presencia policial), es un personaje muy, muy bien construido, lo que facilita que la película funcione extraordinariamente bien. Otro madero, inteligente y supuestamente idealista (aunque esto apenas se sostiene a lo largo del metraje, y su final no resulta tan sorprendente), se dedica a estudiar derecho (se debate entre la labor policial o jurídica) y tiene que hacer un trabajo con esos niños pijos sobre el análisis social de Foucault. Otro elemento valioso en el guión es la presencia de la imprescindible obra del filósofo francés Vigilar y castigar, en la que se concluye que no existen ningún contrato en la sociedad, que el Estado genera instituciones represivas para controlar y establecer una constante justicia punitiva (el madero entiende muy bien a Foucault y quizá esté de acuerdo con él, pero considerando necesaria esa situación [y, tal vez, parte de los espectadores, pero espero que invite al menos a la reflexión esta película sobre un barrio marginal de uno de los países más desigualitarios del planeta]).
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Llevo tiempo sin escribir aquí, dedicado a otros menesteres y a otras escrituras. Pienso sinceramente que no aportaban demasiado las entradas de un blog con un título demasiado ambicioso y unas intenciones que tal vez escapaban a mi modesta capacidad: desmenuzar, desde un punto de vista muy personal, las ideas que se esconden en las películas. Esto es lo reivindicable para mí, que todas las obras fílmicas esconden ideas, valores de diversa índole, intencionalidades políticas -o al menos reflejo de su tiempo-...; detrás de la idea de "mero entretenimiento", no hay más que un reduccionismo pueril, unos muy malos tiempos para la reflexíon filosófica. No creo, por supuesto, que todo esto que estoy diciendo esté reñido con la diversión delante de una gran pantalla, con el espectáculo, pero sí consideró el cine como arte (elevación de los sentidos para el espectador). Naturalmente, habrá muchas obras que estén subordinadas a cuestiones meramente comerciales y espectaculares, otra forma de limitarse, ya que esos parámetros comerciales son algo abstracto para mí, pero rara vez podrán estar exentas las artes narrativas y escenográficas (y en el cine confluye todo) de aquello que digo. Vamos, eso es lo que yo opino. Las acusaciones de "politización" también me parecen mediocres y reduccionistas, todo tiene una lectura política y el arte también. En fin.
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